Pensando en la contingencia política que enfrenta el oficialismo, recordé una columna de Francisco Vidal publicada en este medio, no hace mucho. En ella ofrece una lección de extremo pragmatismo político.
Suele creerse que en el político siempre hay algo de pragmatismo. Pero es necesario reconocer que, llevado al extremo, es bastante maligno, tiene mala fama, máxime cuando está en juego el futuro de su pueblo. Señalaré por qué, no sin antes recordar la columna.
Teme se repita el escenario de 2009, pensando que en la oportunidad la centroizquierda e izquierda participaron divididas en los comicios presidenciales, en circunstancias que la representación de las fuerzas fue de un 55%. Habrían vencido a Piñera. Agrega que el 2016 todas las colectividades desde el centro hasta la izquierda sumaron el 58%. Entonces, para no fracasar en noviembre próximo, debe existir unión férrea de la Nueva Mayoría en torno a primarias presidenciales, donde deben concurrir los respectivos candidatos -Vidal contaba entonces con Lagos-, con el apoyo de sus partidos y quien resulte triunfador debe ser apoyado ciegamente por todo el bloque, sin darse gustitos: "no existen espacios para el camino propio" (DC).
Despejado este tema, lo siguiente sería buscar alianza con el Frente Amplio y La Moneda estaría segura. ¿Cuál sería la utilidad? Evitar el triunfo de Piñera. ¿Cuál sería el argumento para darle consistencia? No hay otro: evitar que Piñera cambie "el rumbo y reforme las reformas" y así impedir un desastre. No concibe que puedan gobernar otros.
Olvidó, claro, que la gobernanza que nos rige fue criticada en su momento por Lagos y Guillier; que muchos y diversos dirigentes oficialistas dispararon fuego graneado a las reformas, por su mal diseño, improvisación e incertidumbre; que hay reformas que son parciales, inconclusas y otras son meros proyectos. Tampoco consideró el estancamiento económico que nos afecta y la baja adhesión que tiene el Gobierno. Más importante todavía, se olvidó de principios, doctrinas y hasta ideologías que en algún partido existen y a sus militantes les pudiera incomodar una mala compañía. Nada de eso vale... Dicen que el pragmatismo enceguece.
No obstante, su designio no ha muerto, las colectividades se están sumando en torno al candidato más alto en las encuestas, el PPD y PS están listos y no se sabe qué podría llegar a ocurrir en una eventual segunda vuelta presidencial. Quizás llegue a acertar medio a medio.
La estrategia es similar a la usada con Bachelet. Se aprovechó su posicionamiento en las encuestas, el programa importó poco, algunos ni siquiera lo leyeron, porque el asunto fue recuperar el poder, como fuera. ¿Cuál fue el resultado? Cuatro años sin crecimiento, a mal traer y, lo más dramático, el bloque gobiernista no se entiende entre sí, no es coherente y eso ha perjudicado notablemente al país. ¡Cómo querer repetir tan mala experiencia!
¿Por qué el pragmatismo, a todo trance, es perjudicial para una buena democracia?
Porque solo considera resultados, único criterio válido; desprecia las doctrinas y convicciones, de modo que no ajusta la conducta a principios o valores. La mentalidad pragmática evalúa la realidad y las acciones en la medida que sirven o no, si funcionan o no. Es muy pobre, suena vacío despreciar todo a cambio de obtener poder, sin programa, teniendo solo un candidato que está ranqueado, porque es simpático, pero se ignoran sus competencias para gobernar; de Bachelet se conocían más. Es "sospechosa la actitud". ¿Será la concupiscencia del poder? De vencer el bloque, desde la DC al Frente Amplio o sin este último grupo, ¿se imagina los conflictos internos que permanecerán por cuatro años más?
Doblegar los principios a los resultados, supeditar los valores a la ganancia que ofrece la política en este sentido, es deshumanizar la democracia. Utilizarla en beneficio propio arruina a los pueblos. Latinoamérica es el mejor ejemplo. ¡Cómo hacer para que "la política no vuelva a ser degradada"!, al decir de Carolina Goic.