Irse a las manos es el breve volumen de cuentos que sirve para que Miguel Ángel Cortés Vidal (Antofagasta, 1984) inscriba su nombre en el panorama de nuestra literatura más joven. Pero hay más. Sus relatos merecen ser destacados, porque exhiben una cuidadosa elaboración de sus formas y un estilo que reproduce con naturalidad y fluidez el lenguaje que las nuevas generaciones han instalado en nuestros circuitos de comunicación, pero ocultos bajo una engañosa sencillez narrativa. El resultado es meritorio desde cualquier punto de vista que se lo contemple. La mayoría de los 11 cuentos que forman el volumen son de reducida extensión y habrían dejado a Gracián muy satisfecho. En cada uno de ellos se representan con verosimilitud y poder de convencimiento altibajos de la vida diaria que rezuman humanidad y, por lo mismo, que hacen vibrar distintas cuerdas sentimentales y dejan un sello que perdura en el recuerdo de los lectores.
De inmediato salta a la vista el interés del autor para construir voces narrativas que, con un par de excepciones, pertenecen a figuras masculinas que se confiesan frente a los lectores, usando lenguajes donde los modos de expresión arquetípicamente varoniles han sido reemplazados con actitudes contradictorias de honestidad y sinceridad poco comunes. Diría que con frecuencia son voces de hombres que han vivido episodios de soledad y que, por lo tanto, conocen las ansias de crear vínculos. Convertidos en narradores, utilizan sus discursos para establecer relaciones de familiaridad con sus destinatarios (o con algún personaje, como sucede en "Borgoña", el cuento que abre el volumen): "A diferencia de lo que puede que estés esperando (dadas las características del resto de mis relatos)..."; "Como seguramente ya imaginas, era mi primer vuelo, y me gustaría poder decirte que me fui todo el viaje mirando por la ventana...". Gracias, además, a una buena cuota de ingenio, los narradores obtienen la camaradería de sus destinatarios; los hacen participar gozosamente en la actividad de contar historias y se ganan la complicidad y simpatía necesarias para que acepten el modo oblicuo de narrar que utilizan algunos de ellos: nos despistan hablando sobre alguna cosa y después se refieren a lo que verdaderamente les interesa contar. Esta diversión narrativa ocurre, por ejemplo, en "Turbulencias", "El Juego" o "Medio tiempo". Sus voces son también desenfadadas, pero a diferencia de narradores para quienes las vulgaridades y expresiones coprolálicas parecieran haberse convertido en un recurso retórico indispensable, muestran su desenfado solo en los momentos precisos, cuando es necesario para la efectividad de la comunicación.
Los narradores de Irse a las manos exhiben, asimismo, explícito interés para convertir sus historias en lo que podríamos denominar relatos literarios. Los libros asumen una función importante en algunos de ellos, donde la voz narrativa puede también pertenecer a un bibliotecario o a un librero: "Punto de inflexión", "Medio tiempo", "Transformarse en rana", "Romper Niebla". La admiración por Julio Cortázar se manifiesta tanto en alusiones textuales como en la conversión de su cuento "La autopista del Sur", en lejano referente de "Valkiria". Creo descubrir este mismo recurso en otros cuentos del volumen, utilizado, siempre con éxito, como un segundo texto, que amplía el significado de la historia en primer plano. El motivo tradicional de la seducción y el abandono adquiere una interesante y diferente fisonomía en boca del único narrador impersonal del volumen ("Borgoña"); los accidentes inesperados sirven para explicar otro abandono sentimental ("Tatuaje") o para que un nieto descubra súbitamente la fuerza de sus afectos ("No quería viajar"); en "Ztandup" funciona como la verdad que la única narradora del volumen no alcanza a divisar, y en "El Juego" constituye un magnífico discurso metafórico del escarceo erótico a que da lugar el asedio sexual masculino.
Sin duda alguna, las voces narrativas creadas por Miguel Angel Cortés Vidal convierten la lectura de su primer libro en una atrayente y gratificadora experiencia.