"El Cristo ciego" es la primera película en solitario de Christopher Murray, que el 2010 y en conjunto con Pablo Carrera, filmó "Manuel de Ribera", donde el protagonista se perdía en una herencia solitaria y lejana: una isla por el sur de Chile.
Después llegó el documental "Propaganda" (2014), donde ofició como director general de un proyecto colectivo de 20 directores que en poco más de 60 minutos capturaron el clima y el pan, también la tienda y el circo de la campaña presidencial del 2013.
Lo de ahora es el norte chileno, por el desierto y la Pampa del Tamarugal, por pueblos terrosos y pequeños como Pachica, Huara o Pisagua.
Excepto el protagonista Michael (Michael Silva), un actor profesional, el resto del reparto son habitantes de la zona que además participan con sus nombres verdaderos, porque el propósito es fundir hasta donde sea posible la ficción con el documental.
La película fue distinguida por el Festival de Venecia y no ganó el León de Oro, pero estuvo entre las nominadas, y Murray, además, obtuvo el premio de la crítica en el Festival de Cine de Cartagena.
"El Cristo ciego", por lo visto y por los galardones, calza en la categoría de cine latinoamericano de género híbrido, con vocación antropológica, telúrica y religiosa, sobre gente pobre y perdida en los márgenes del mundo.
Un género que no tiene por qué ser aburrido ni moroso, pero "El Cristo Ciego" está narrada sin energía, vitalidad y con poca sangre en las venas.
Un peso existencial inexplicable y una parquedad y seriedad embutidas en una historia que solo respira con los gritos lejanos de los vecinos, que elevan con sus risas y pullas a Michael, un mecánico que se cree milagroso, aunque no santo.
En los garabatos y la aguda voz del pueblo hay más realidad documental y chilena que en cualquier otra parte.
Esas voces, por cierto, están en la banda sonora, son ambientales y vienen de la lejanía, porque el descreimiento general -humor, desprecio y desconfianza- no ingresa a la historia.
La película está vendada con drama, tristeza y padecimiento. En los relatos de los personajes y en el propio Michael, cuyo mayor gesto actoral es abrir los ojos todo lo posible, quizás para demostrar que no es ciego y desde luego que no es Cristo.
Hay que hacer memoria para recordar una sonrisa en el rostro de un personaje que es como la película: un puro rictus.
Un rictus serio, místico y reconcentrado, para un personaje predestinado al viaje y al milagro. Atravesar pueblos, llegar hasta Pisagua y sanar a un viejo amigo cojo, pobre y triste. En esta travesía cuenta historias y le cuentan historias. Señoras desoladas, mujeres golpeadas, padres alcohólicos, ex presidarios compungidos y así con el horizonte de "El Cristo ciego", con ese peso desértico, implacable, antropológico, inexorable, incansable. Eterno.
Buena, oh.
Chile-Francia, 2016. Director: Christopher Murray. Con: Michael Silva, Pedro Godoy, Ana María Henríquez. 85 minutos. Todo espectador.