Esta película es hermana de El arca rusa por una razón: trata del otro gran museo del arte europeo, el Louvre. A diferencia de su recorrido ultravirtuoso por el Hermitage, desarrollado en un plano continuo de 99 minutos, Sokurov ha escogido aquí las modalidades de la fragmentación y el collage. No hay continuidad, no hay secuela, no hay similitud garantizada: el conjunto solo resplandece en la unidad.
Sokurov no se propone contar la historia del Louvre -aunque también lo hace, con grandes trazos-, sino la de un fragmento dramático de su historia, el que se inicia el 14 de junio de 1940, cuando el gobierno de Francia huye de la capital, declara a París "ciudad abierta" y las tropas nazis entran sin dificultad a ocupar los grandes tesoros de la cultura occidental.
El director del Louvre, Jacques Jaujard (Louis -Do de Lencquesaing) debe entregar la tutela del museo al Conde Franz Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath), un aristócrata alemán encargado de la Kunstschutz, el organismo creado por Hitler para proteger el patrimonio artístico de toda la Europa invadida. El Louvre ha estado preparado para la guerra: en el año previo, seis mil paquetes han sido enviados a castillos fuera de París, a salvo de los bombardeos. Cuando los alemanes entran al museo, solo quedan las colecciones de grandes estatuas del medioevo y la antigüedad.
Sokurov solo puede imaginar la relación entre Jaujard y el Conde, y así lo establece situando a un costado del encuadre la imagen de la banda sonora. En un pasaje, los hace sentarse para explicarles cómo serán sus destinos luego de que la guerra termine, y en ese momento saltan hacia el espectador las tortuosas relaciones entre el arte y la fuerza, que es uno de los temas principales de la película.
Pero no es todo. Francofonia propone una interpretación de la historia de la cultura de Francia a través de las figuras de la revolucionaria Marianne y Napoleón; se interna en la mayor herida de la Francia moderna, el gobierno colaboracionista de Pétain; da una nueva lectura a las penurias de Leningrado y el Hermitage durante la ofensiva de Hitler; analiza el papel del museo como constitución del Estado; materializa la fragilidad del arte a través de una subtrama sobre un barco que transporta obras de museo en medio de una tormenta; y, en dos de los pasajes más conmovedores, hasta reflexiona sobre la magia de la mirada en la pintura y la búsqueda de la figura humana como esfuerzos de lucha contra la muerte. Nada menos que todo eso, y algo más, en apretados 88 minutos.
Sokurov puede ser el cineasta más ambicioso del cine contemporáneo. Sus obras suelen ser densas, morosas, eruditas. Es algo menos religioso que su maestro Andrei Tarkovski, pero pertenece a la misma Rusia profunda, enigmática, severa. Sus películas tienen la rara capacidad de hacer que las cosas -el Hermitage, Hirohito, la madre, el demonio, madame Bovary, el Louvre-se expandan mucho más allá de sí mismas y terminen siendo expresiones monumentales del sombrío agón humano. Cine tremendo.
Francofonia
Dirección:
Aleksandr Sokurov. Con: Louis-Do de Lencquesaing, Benjamin Utzerath, Vincent Nemeth, Johanna Korthais Altes, Aleksandr Sokurov.
88 minutos.