No siga leyendo si no cree que los tres puntos que verdaderamente importan son los del martes con Venezuela. Esos son los que hay que ganar a toda costa, si el objetivo primordial es clasificar a Rusia. Por probabilidades, por historia, por condición de local, por calidad de plantel y categoría de sus individualidades, es el triunfo ante los venezolanos lo que nos debería preocupar en esta fecha doble. Y es ante esa contingencia donde las variables de riesgo deberían ser minimizadas por el cuerpo técnico y los jugadores. El resto, el exprimido pleito con Argentina, es poesía barata.
La calistenia verbal llevada a la exaltación, la inacabable discusión táctico-técnica que ha habido en torno al partido con Argentina y que, supuestamente, favorece los intereses nacionales, es un ejercicio estéril, lindante en lo absurdo. Las sentencias pasionales que desde hace semanas circulan en la calle y en cierto sector de la prensa especializada alrededor de las opciones de la selección, en orden a conseguir por primera vez una victoria en terrero trasandino, reflejan con ribetes patéticos el tremendo peso emotivo del que el hincha chileno quiere despojarse de forma automática, como si los más de 100 años de frustraciones se borraran de una plumada.
El argumento simplón y recurrente de que Argentina es menos que Chile porque ha perdido las dos últimas definiciones por penales en las Copas América revela la ausencia de un nivel crítico de debate. Sentar las bases de una superioridad transitoria por un par de resultados en dos finales manifiesta un temerario exceso de confianza, que dada la frecuencia y masificación ya puede ser definida como ignorancia pura y dura.
Entiéndase bien, para que después no se interprete que el eje del discurso es la falta de mentalidad ganadora: no se trata de adolecer de atrevimiento en cualquier cancha y ante cualquier rival, pero cuando se enfrenta a un elenco que es el favorito por las mismas razones que Chile lo es ante Venezuela, hay que ser cautos, sensatos, respetuosos. El emplazamiento es a conservar la ambición y las pretensiones de triunfo (¡qué duda cabe que este equipo chileno sí lo hace!), pero asumir que la meta final se ubica en Moscú y no en Buenos Aires.
El desgaste que Chile llegue a hacer por cumplir con el sueño colectivo de derrotar a Argentina en su casa puede tener demasiadas externalidades negativas, peligrosas, decisivas, si el enfoque técnico no considera una razonable dosificación del recurso. Contar con cinco titulares al borde de la suspensión y a dos en condiciones físicas inciertas ad portas de un encuentro cuya intensidad física y mental será total, no parece un escenario propicio para abordar el martes 28 la tarea capital de doblegar a Venezuela. Si Pizzi no lo tiene claro, estamos en serios problemas, aunque la hinchada siga vociferando que la Albiceleste es el botín más codiciado.