Esta historia fue contada por Shûsaku Endô, un novelista bastante frecuentado por el cine japonés antes de su muerte en 1996. Endô coescribió el guion de la primera versión fílmica, Chinmoku, dirigida en 1971 por Masahiro Shinoda. Es una película larga y brutal, que sitúa firmemente en su marco histórico -el siglo XVII- la persecución de los jesuitas en Japón, siguiendo la propuesta de la novela: dos jóvenes sacerdotes son enviados a esas islas para hallar al padre Ferreira, de quien solo se ha oído que ha apostatado y vive como japonés.
Tal como hizo en Los infiltrados con la coreana Asuntos infernales, Scorsese enfrenta el remake con entera libertad: no busca refutar ni desarmar el relato anterior. Quiere hacer su propia película, incluso más larga. Eso incluye un cambio estructural importante, un sello de estilo: no hay un narrador, sino por lo menos tres, además del uso abundante de la voz interior. El relato adquiere esa forma tumultuosa, poliforme e inquietante con la que Scorsese suele transmitir la complejidad del mundo.
Es 1633 cuando el padre Ferreira (Liam Neeson) escribe la última carta a sus superiores en Portugal. Unos años más tarde, los sacerdotes Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) se embarcan en un peligroso viaje hacia Japón con la esperanza de que no sea cierto que Ferreira ha abjurado. Poco a poco, el relato se va centrando en Rodrigues, el más dúctil y reflexivo de la dupla.
La némesis de Rodrigues es el magistrado Inoue (Issei Ogata), cuyo propósito es quebrarlo y mantenerlo vivo como ejemplo de apostasía. Su técnica es la tortura, elevada a niveles excelsos de crueldad. Pero el verdadero problema de Rodrigues es el silencio. Ante el sufrimiento ilimitado, el sacrificio sin fondo, el martirio incomprensible: el silencio de Dios. La ausencia de respuestas. La inutilidad de las plegarias. El silencio de la nada.
Esto es Scorsese por lo alto. Es el Scorsese que deja la síncopa nerviosa de El lobo de Wall Street para enfrentar otro tipo de vértigo, el problema inmenso de la fe y la duda, esa dialéctica inestable que lo empuja a preguntarse una y otra vez por el sentido del dolor. Solo Scorsese puede abordarla con tanto atrevimiento y pavor: hacer hablar a Dios, interrogar al misterio de Cristo, dar voz fuerte al miedo y la vacilación, plantar cara a la derrota. No hay, no ha habido -salvo, quizá, algunos momentos de Ingmar Bergman- otro cineasta con estas capacidades.
Silencio es una película hermana de La última tentación de Cristo: ambas se iluminan mutuamente, aunque es probable que Silencio contribuya a comprender mejor el torturado cristianismo de Scorsese. Por lo menos aclara que no dejará de escudriñar en los límites de la ortodoxia para encontrar algo más que silencio.
Una película enorme.
Silence.
Dirección: Martin Scorsese.
Con: Andrew Garfield, Adam Driver, Tadanobu Asano, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Issei Ogata, Shin'ya Tsukamoto.