¿De qué trata esta película? Su estructura ofrece un principio de respuesta. Es la historia de Chiron, organizada en tres capítulos que describen momentos de su crecimiento: cuando es un niño de 9 años, un adolescente de 16 y un adulto joven. Es, pues, el relato de una vida.
Chiron (Alex R. Hibbert) vive en Liberty City, uno de los suburbios más pobres de Miami, donde campean las pandillas y la droga. No hay padre conocido y su madre (Naomie Harris) es una adicta sin remisión, que obtiene el dinero para drogarse de alguna forma de prostitución. No tiene hermanos ni amigos y es víctima del bullying de otros menores. Es, en suma, un niño solo. La primera escena lo muestra huyendo de una pandilla y ocultándose en una casa vacía. Cuando lo "rescata" el cubano Juan (Mahershala Ali), pasa horas sin hablar, huraño, defensivo, acorralado. Como hacen los niños solos.
Juan apadrina a Chiron: lo lleva a casa de su novia, lo invita a jugar, le enseña a nadar y le cuenta la historia de una señora que una vez le dijo que a la luz de la luna los niños negros se ven azules (el fundamento del título). Pero Juan es un narcotraficante, es decir, uno de los que proveen de droga a su madre, algo que Chiron comprende con el rencor taxativo de la infancia.
En el segundo capítulo, Chiron tiene 16 (Ashton Sandere) y despierta a la sexualidad con un compañero de curso. La relación se ve condicionada por los tropiezos de la adolescencia, pero su significado momentáneo es que Chiron suma las condiciones de pobre, negro y homosexual. En la vida adulta (Trevante Rhodes) ha agregado otras condiciones, aunque ha dejado de ser tan pobre y tan frágil.
Y, entonces, ¿cuál es el significado de esta vida? En la interpretación de esta película, la clave de la penosa existencia de Chiron no está en la pobreza ni en la raza, sino en la carencia de afecto o, en otras palabras, en el abandono de la madre. Es lo que comunica la estructura narrativa, pero también el estilo visual, cuyos desenfoques, vagabundeos y encuadres bajos refuerzan las sensaciones de soledad y desamparo.
Parece que el director Barry Jenkins ha vertido aquí mucho de su experiencia autobiográfica, lo que hace más dura -y acaso más valiente- su inculpación de la madre, con todos los claroscuros de error, culpa y perdón que esto admite. Es difícil acusar a esta cinta de algún exceso de patetismo. Por el contrario, hay un visible esfuerzo de contención en los momentos más perturbadores. Sus excesos van, al revés, por el lado del sentimentalismo.
Y esto, junto con una cierta reparación política por omisiones raciales anteriores y una pequeña bofetada para ya se sabe quién, puede explicar su resonante triunfo en el Oscar. La Academia practica esas pequeñas consideraciones políticas y no está mal que lo haga.
MOONLIGHT Dirección: Barry Jenkins. Con: Alex R. Hibbert, Ashton Sandere, Trevante Rhodes, André Holland, Mahershala Ali, Naomie Harris.
111 minutos.