Todos los hombres tenemos una vocación en la vida. Si la encontramos y seguimos, podremos alcanzar una cierta plenitud. Si no, seremos unos frustrados. ¿Y qué pasa cuando un hombre tiene no una, sino dos vocaciones, ambas fortísimas, que lo empujan al mismo tiempo en direcciones contrapuestas? No me gustaría estar en el pellejo de ese pobre sujeto, porque estará condenado a sufrir mucho. Y más todavía si tiene una inteligencia prodigiosa, que lo puede llevar a la ilusión de pensar que él sí está en condiciones de seguir ambas vocaciones a la vez.
La primera vocación de Sebastián Piñera es la empresarial, pero no de esos empresarios como Jesús Díez Martínez, que partió con una góndola del '39 y terminó formando el imperio de Tur Bus. Piñera no es de esos empresarios hormiga, que avanzan paso a paso y construyen su fortuna muy lentamente, sino de los linces: esos que ven la realidad no de manera estática, sino como un conjunto de posibilidades, de los "buenos para los negocios", que saben aprovechar la oportunidad propicia. Ambas figuras son importantes, aunque la primera genera más simpatías. Por eso, en el fútbol admiramos a Gary Medel más que a Eduardo Vargas, el inspirado oportunista al que tantos triunfos le debemos.
Los empresarios linces son tipos hiperkinéticos, que secretan grandes dosis de adrenalina y son incapaces de dejar pasar una oportunidad. Hacerlo sería sumarse a la masa de los pasivos, de esos tipos que vamos por la vida de manera rutinaria, incapaces de darnos cuenta de que ese factor que tenemos por delante, sumado a otro que vimos tres meses atrás, produce una combinación explosiva. Sus 2.500 millones de dólares no le interesan porque le permitan comprar muchas cosas, sino porque le muestran que ha sido capaz de ver lo que nosotros no percibimos. Son una recompensa a su autoestima y una señal de que ha cumplido con su vocación.
La vocación política de Piñera, en cambio, es más tardía, pero no menos exitosa. En efecto, aunque el número de los chilenos que han llegado a ser Presidente es mayor que la suma de los multimillonarios, son contados con los dedos de la mano quienes han sido capaces de hacerlo bien. Esta vocación política también lo lleva a secretar grandes dosis de adrenalina. Él ve al país en malas condiciones, ¿y cómo resistirse a sacarlo de la mediocridad en que está sumido si piensa que puede hacerlo?
El drama es que, como hemos visto estos días, ambas vocaciones se destruyen recíprocamente. Puede que, con el correr de los días, muchos chilenos hayan respirado aliviados y hoy puedan decir: "aquí no hay nada ilegal; por más que la izquierda vocifere, Piñera está en condiciones de lanzarse a la carrera presidencial". Pero todas esas cosas hacen ruido, y por supuesto no constituyen la mejor base para enfrentar a alguien como Guillier, que es visto como una blanca paloma.
¿Qué hacer? No sé por qué se me vino a la memoria un episodio de la Guerra de Troya. Artemisa, enojada con Agamenón, el líder de la expedición contra los troyanos, detuvo los vientos, de modo que la guerra era imposible. Calcas, un adivino, dio una respuesta que permitía salir del atolladero: la única manera de calmar a la diosa era que Agamenón sacrificara a Ifigenia, su propia hija. Agamenón le dio muerte y, tras infinitas penalidades, los griegos ganaron la guerra.
Ciertamente no está bien matar a la propia hija, pero en este caso sí está permitido ejecutar un sacrificio humano. El Piñera empresario y el Piñera político ya no pueden vivir en el mismo país. Las iras y desconfianzas de los chilenos exigen un sacrificio. El Piñera empresario debe morir.
Sebastián Piñera no tiene por delante la tarea de notificar a los chilenos de si se lanzará a una nueva candidatura presidencial. Esto, aparte de no ser noticia, resulta insuficiente: falta algo. Lo que debe anunciarnos en unos días más es si, finalmente, ha decidido sacrificar una de sus vocaciones más profundas, si está dispuesto a separar los dos siameses que conviven en él, aunque esa separación signifique una muerte tan dolorosa que ninguno de nosotros, los que jamás apareceremos en Forbes, sea capaz de imaginarlo.