Lo primero e indiscutible: el rendimiento de Gastón Fernández en Universidad de Chile no ha satisfecho ni por cerca lo que sugería su trayectoria previa en Argentina. Y la razón principal no es que llegó a un equipo que no ha dado pie con bola, sino que él, como individualidad y como parte de un sistema fallido, no ha estado a la altura de un jugador consagrado, ni siquiera de un proyecto emergente.
En ese contexto definitivo, el "más de lo que se ve de mí no van a ver" representa la declaración más autocríticamente resignada que se haya escuchado en el último tiempo de parte de un futbolista. Confesión esperable (y hasta necesaria) en otros ámbitos del quehacer nacional, pero impropiamente arrogante si proviene de un futbolista que firmó un contrato muy favorable, que está en una deuda deportiva tan grande como lo que gana y cuyo lenguaje corporal, al menos en los partidos, lo muestran con mucho de displicencia y otro tanto de impotencia.
Este ejercicio de sinceridad, evidentemente que tiene cierta correspondencia con el momento de Universidad de Chile, un equipo que está tratando de rearmarse desde hace dos años luego de terminar el contrato de Martín Lasarte, el único entrenador que después de Jorge Sampaoli le ha sacado trote a un plantel que heredó la gloria de haber ganado la Copa Sudamericana, lo que para varios ya tiene visos de dulce maldición. Con sus palabras, "La Gata" Fernández asume con calculada culpabilidad que no ha conformado a la hinchada azul, que la exigencia tal vez ha sido mucho mayor de la que imaginó, que la confianza que se tiene es bastante limitada; pero sobre todo, que la expectativa que se cifró en sus atributos fue desmedida, propia de un superclase (que no es), de un habilitador (que tampoco es) o de un goleador (que nunca ha sido).
El autoflagelo del argentino, por supuesto que no es un examen de contrición solitario y con fines resilientes. La confesión está acompañada de algunas revanchas personales con entrenadores pasados y con un sector de la prensa que, según puede interpretarse, siempre les va a pegar a los que están de paso y no a otros que pueden ser de casa y que tampoco rinden al nivel esperado.
Si estuviéramos más cerca del término del campeonato, se podría interpretar casi como el anuncio de un autodespido. Pero incluso más allá: es inherente al momento azul que un futbolista de la trayectoria de Fernández haya mostrado frente a un micrófono más que jugando en la cancha, lo que auténticamente siente estando en la U. Esa pérdida de confianza que se palpa en sus palabras en cada partido se traspasa a los más experimentados (Herrera, Jara, Rodríguez, Monzón, Beausejour, por ejemplo), aunque por ahora ninguno de ellos quiera confesarlo con esa mezcla de hidalguía, pero también de solapada soberbia, como lo hizo "La Gata" en lo que parece ser el prematuro comienzo de su adiós.