"Jackie", la película, asume explícitamente que contará la versión de Jacqueline Kennedy, la mujer, con un recurso muy habitual en el cine industrial: comenzar con una conversación con el -o la- protagonista y luego desde allí abrir un
flashback que relata su historia. En este caso, la historia se limita, en lo central, a lo que sucedió entre el viernes 22 de noviembre de 1963, día del asesinato del Presidente Kennedy, y el lunes 25, día de su funeral de Estado. Esas horas de dolor, luto y ceremonias oficiales no parecen un terreno fértil para sembrar una trama, pero la cinta, escrita por Noah Oppenheim y dirigida por el chileno Pablo Larraín, crea un punto de conflicto entre los deseos de Mrs. Kennedy (Natalie Portman) por lograr una ceremonia funeral solemne, civil y con raíces en la tradición republicana de Estados Unidos y la oposición de la burocracia, que buscaba, de acuerdo a la cinta, un ceremonia cerrada y discreta para no exponer a un atentado al recién asumido Presidente Johnson (John Carroll Lynch) o a algunos de los 220 dignatarios extranjeros, entre los que se encontraba el Presidente francés Charles De Gaulle. En ese sentido, la cinta apuesta sus fichas a que Mrs. Kennedy fue mucho más que una figura decorativa, a que fue una mujer de mente lúcida y carácter férreo, que se jugó su autoridad de viuda en configurar el legado de su esposo.
De acuerdo al estilo en boga, la cinta no mantiene un relato lineal ni cronológico, ni siquiera el interior de su propio
racconto. Aunque en su parte central se organiza en torno a cuatro días de noviembre, la cinta también recurre al especial que ella protagonizó para la televisión en febrero de 1962, donde mostró el trabajo de restauración que estaba realizando en la Casa Blanca, en lo que hoy es posiblemente el registro audiovisual más extenso de su vida pública. Tal como Larraín hizo en "No" (2012), la cinta recrea tanto el especial televisivo como la grabación de este. Las razones para incluir estos segmentos pueden estar en que para "Jackie" ellos son el antecedente de lo que Mrs. Kennedy hará en gran escala para la ceremonia funeral de su esposo. Ambas apariciones públicas podrían verse como parte del mismo instinto: puestas en escena donde el carácter estético se funde con un rescate de la historia republicana; en el primer caso, restaurando piezas de mobiliario de presidentes pasados; en el segundo, imitando el funeral de Abraham Lincoln, asesinado, tal como John Kennedy, durante su mandato.
No es de extrañar este énfasis. Larraín ha mostrado que "la puesta en escena" puede ser uno de sus principales intereses. El protagonista de "Tony Manero" (2008) imitaba a un personaje cinematográfico. "No", cuenta la puesta en escena de una campaña política en televisión. "Neruda" (2016) relata tanto la clandestinidad del poeta durante el régimen de González Videla, una producción en sí misma, como lo que imaginaba de su ardiente persecutor.
Como en sus cintas anteriores, sin embargo, Larraín evita que el espectador sienta simpatía por su protagonista. La que en un momento de la historia fue la viuda de una nación aparece aquí como una mujer distante, seca, compulsivamente fumadora e incapaz de abandonar el tono y las formas rígidas de su formación aristocrática. Rara vez -o nunca- la vemos reír, llorar, enternecerse o pedir disculpas. En ese sentido, su exploración del personaje de Mrs. Kennedy, si alguna vez se planteó en esos términos, como una exploración me refiero, termina más parecido al boceto de un disfraz, de un rol, de una máscara.
Al mismo tiempo, la que debiera haber sido, de acuerdo a la misma retórica de la cinta, su gran obra, su gran puesta en escena, la ceremonia funeral del Presidente Kennedy, está pobremente filmada. No se explican con claridad sus distintas partes y cuando aparece finalmente en pantalla se ve a través de planos breves, cortados, modestos, incluso miserables dado el original. No están los tambores, las gaitas, las enormes muchedumbres ni el menor asomo de majestuosidad. Sí se ve que es grande y ordenado, pero no se siente el poder sobrecogedor que el momento tuvo para una nación completa y buena parte del mundo. La cámara, en cambio, prefiere concentrarse en el rostro de Mrs. Kennedy y, sobre todo, en su famoso velo. Es una imagen bonita, pero transmite poco. Quizás lo mismo podría decirse del resto de la cinta.