Esta película sacudió al pasado Festival de Cannes, aunque al fin no ganó más que el premio de la prensa. Esto produjo frustración y enojo en los medios especializados, que habían recibido este tercer largo de la realizadora Maren Ade como una iluminación inesperada y vivificante del cine alemán. ¿Tendrían razón? ¿En qué nivel está el cine alemán de estos días, comparado con su propio pasado?
La cinta se centra en la relación del sesentón Winfried Conradi (Peter Simonischek) con su hija Ines (Sandra Hüller). Winfried es un maestro de música retirado que ve muy de vez en cuando a su primogénita, ejecutiva de una consultora internacional experta en tercerizaciones. Cuando su viejo perro Willi muere, Winfried decide visitar a su hija en Rumania, y es casi imposible discernir si ese viaje es la reacción ante un golpe de soledad o la necesidad de saber qué ha sido de su hija. El caso es que Winfried es un adicto a las bromas (alemanas) y a los disfraces (alemanes).
Ines trata de atenderlo en Bucarest mientras está enfrascada en ganar un cliente clave para su empresa. Después de unos días, Winfried decide regresar a Alemania, y cuando Ines les cuenta a sus amigas que ha pasado con su padre el peor fin de semana de su vida, aparece Toni Erdmann, supuesto
coach de empresas, supuesto ejecutivo y hasta supuesto embajador de Alemania, pero sobre todo álter ego de Winfried.
Por supuesto, esta es una historia acerca de las relaciones padre-hija, pero encuadradas en el marco del capitalismo ultracompetitivo, el de las corporaciones sedientas de eficiencia, ajustes de costos y márgenes mejores. La elección de Bucarest como marco de esas ansiedades es todo un acierto. Lo que el padre quiere descubrir es algo que se ve con una simple ojeada: que su hija vive en un ambiente de alienación, sometida a los caprichos humillantes de sus clientes y en total abandono de la idea de una vida personal. Y lo que el humorista Winfried se propone es iluminarla sobre esa situación, para evitar (¿o provocar?) que colapse.
El centro de gravedad de la película está ligeramente inclinado hacia Ines. Pero la pasividad e inexpresividad de este personaje hacen dudar sobre sus reales capacidades intelectuales, en especial porque lo que el padre viene a revelarle es algo enteramente evidente, que no requiere de bromas -ni siquiera alemanas- ni de disfraces.
Toni Erdmann es un esfuerzo por penetrar bajo la opaca superficie de los vínculos entre padre e hija (un campo donde el maestro indiscutido fue Yasujiro Ozu), desde una perspectiva agridulce y con un conflicto de escasa profundidad. La extensión del metraje parece el reflejo no de una necesidad expresiva, sino de la dificultad para encontrar algún espesor mayor. El resultado es esforzado, ingenuo, un poco bobo. No es probable que el cine alemán esté dando un salto con esto. Más bien parece que estuviera empezando de nuevo.
Toni
ErdmannDirección:
Maren Ade.
Con: Sandra Hüller, Peter Simonischek, Michael Wittenborn, Thomas Loibl, Trystan Pütter, Hadewych Minis, Lucy Russell.
162 minutos.