El país que más promovió en los siglos XIX, XX y XXI el free trade y el open door , ahora con Trump se erige -al menos la Casa Blanca- en campeón de un estrecho nacionalismo y proteccionismo económicos. El mundo al revés. Como si las cosas estuvieran tan mal para EE.UU. (no lo están), invierte toda la política económica al menos desde Cordell Hull en los 1930, pasando por el impulso de JFK en los 1960, de Reagan en los 1980 y de Bush padre con la Iniciativa de las Américas en 1990 (hay una larga lista). En boca de todo el mundo está la palabra "populista", en general bien usada para este caso de nacionalismo bullanguero que pretende, se afirma, proteger los intereses de la población. Se contraargumenta que la oposición a esta tendencia ha asumido acríticamente la globalización y de esta manera la ha "naturalizado" -vocablo de moda, con pelaje en la vida académica-, pero que ello no es normal.
Sin embargo, aparte de que "globalización" como "neoliberalismo" me parecen definiciones imperfectas de nuestra época, hay que preguntarse de qué se trata cuando la utilizamos.
En primer lugar, se alude a un hecho antropológico cuando se observa que las sociedades humanas, salvo en ciertas tribus autosuficientes y muy limitadas, nunca se han bastado a sí mismas y han requerido de lo que producen otras agrupaciones humanas, por las buenas o por las malas. Estas últimas son las guerras de conquista y la consiguiente esclavitud de los vencidos. Por las buenas significa el intercambio. Segundo, la interrelación -que prefiero a globalización- ha sido un fenómeno esencial a toda sociedad (país) en la historia. Parte de la identidad de los grupos humanos proviene de aquella interacción. En lo político, en lo cultural y por cierto en lo económico, reinos separados y a la vez muy contiguos en la existencia. El cambio de la modernidad se produjo porque, además de la vertiginosa transformación material, todo el mundo es llevado a ser parte de un mismo sistema de comunicación y de prácticas, aunque existen matices.
Las ganancias culturales no se trasladan automáticamente a lo político o a lo económico. Sin embargo, son experiencias vinculadas entre sí, aunque no en una relación causa-efecto. Con todo, el comercio por ejemplo siempre ha requerido de un ambiente de mínima seguridad y de espontaneidad (o libertad), en lo que influyen condiciones culturales y políticas y no el solo mercado o proceso económico mirado aisladamente. La economía global no nació tras la "caída del Muro", sino que tiene una larguísima historia con sus altos y sus bajos. Los países que se enclaustran en sus fronteras en pos, por ejemplo, de una "irrenunciable soberanía" quedarán desguarnecidos en un futuro de mediano o largo plazo (en el corto plazo a veces hay ventajas y por ello prosperan los demagogos), con menos soberanía real. Entonces, ¿debemos entregarnos ciegamente cual marionetas al devenir de esta "globalización"?
No. Los espacios particulares, se les llame sociedad, nación, Estado, región, todavía tienen y siempre tendrán un papel fundamental en ser instancias de aprendizaje, de pedagogía, para interactuar con un mundo empequeñecido, pero donde a veces las distancias parecen crecer más y más. La misma Europa -abstrayendo por un instante la crisis actual- nos parece convergente mirada desde lejos; pero al adentrarse en ella destella con claridad que la sabiduría política y cultural para adaptarse al cambio incesante es diferente en cada país, en algunos casos en cada región dentro de ellos. Así que el futuro en gran medida reside en nosotros mismos, al asumir la interacción del proceso civilizatorio al que se llama globalización.