Un travelling a lo largo de un atasco de autos cuyas radios emiten diferentes músicas (una inversión del
Weekend de Godard) culmina en el auto de Mia (Emma Stone). Un segundo
travelling, hacia atrás, inicia una coreografía masiva de automovilistas que bailan "Es otro día soleado", seguidos por una cámara ingrávida, grácil, libérrima. Este despliegue de virtuosismo colorinche forma el abrumador inicio de
La La Land.
Es Los Ángeles, el cinemascope y el musical. De regreso a la gran pantalla en la tradición de Vincente Minnelli y Stanley Donen, reprocesada por el Jacques Demy de la nueva ola francesa,
Cantando bajo la lluvia más
Los paraguas de Cherburgo, Brindis al amor con Las señoritas de Rochefort. Es el Hollywood de todo un siglo, repleto de grandes películas, estrellas y fracasos.
Es también una doble historia de amor: la que surge entre Mia y Seb (Ryan Gosling) y la de cada uno con sus sueños. Mia quiere ser una actriz de Hollywood; y Seb, recuperar un viejo club de jazz. Son ideas difíciles, pero posibles. Otra cuestión es que sean compatibles. El relato de este conflicto toma un año y se reserva un desenlace para lo que ha ocurrido cinco años más tarde. No es una coda cualquiera: en otro alarde de virtuosismo, ese segmento desarrolla en unos pocos minutos la totalidad de una historia alternativa, lo que pudo ser y no fue, la nostalgia del destino.
Chazelle es un cineasta en serio. No filma para celulares ni para YouTube, ni siquiera para Netflix, sino para la pantalla grande, oscura, comunitaria, hipnótica. Tampoco filma para experimentar, sino que experimenta sobre lo que ya ha existido, sin miedo a la inteligencia ni a la erudición. En
La La Land está toda la cinefilia que puede tener un cineasta de 31 años; pero las referencias no se comen su filme.
Chazelle sabe que lo esencial del cine es su capacidad para expandir y contraer el tiempo y el espacio, porque por ahí puede penetrar la realidad. Tal como se atreve a filmar una fiesta loca de piscinazos con una cámara frenética, puede encerrarse sobre una pequeña mesa iluminada con un verdor vicioso para registrar las acusaciones íntimas de una pareja en crisis. O meterse en el observatorio de
Rebelde sin causa para elevar a la pareja hacia un baile sobre el universo. O apretar su cámara contra un rostro desesperado, para abrirla de nuevo sobre la libertad de una calle.
Claro, es una película de jóvenes, sobre jóvenes, juvenil en el mejor sentido de esta palabra, y por eso es inevitable que sus angustias y sus ansiedades, incluso su tristeza, tengan un dejo de inmadurez, un toque de tontería e inocencia que por otro lado es el tema mismo de
La La Land: la irrecuperable bendición de la inmadurez.
La La Land
Dirección:
Damien Chazelle.
Con: Ryan Gosling, Emma Stone,
John Legend,
J.K. Simmons,
Ron Wittrock, Rosemarie DeWitt.
128 minutos.