"¿Esto qué tiene que ver con Ibsen?" pregunta alguien del público en medio de la obra "Un enemigo del pueblo", de Henrik Ibsen, en la versión del alemán Thomas Ostermeier, que ha abierto la escena del debate de la pieza a la audiencia que ese día está en el Teatro Municipal de Las Condes. Avanzada la primera mitad de la obra, desde el escenario bajan algunos de los actores y preguntan quién está de acuerdo con el discurso recién pronunciado por Stockman y ofrecen el micrófono. Stockman es el médico protagonista de la pieza del autor noruego que pone a todo un balneario en aprietos cuando está decidido a denunciar públicamente que el agua está contaminada y requiere una reingeniería. Su hallazgo científico complica los intereses económicos de su hermano alcalde, su suegro empresario, sus amigos periodistas. Un nudo de tensiones que deja, a quien desea velar por la salud de los ciudadanos, arrinconado por la presión de los poderosos que manipulan a la mayoría.
El director alemán subraya en esta propuesta las preguntas: ¿Lo que decide la mayoría es lo mejor? ¿La mayoría tiene la razón siempre? Ostermeier ha dicho, en la clase magistral que dictó el día anterior, "solo trato de ser honesto en mis obras y encontrar un espacio posible para la verdad. Decir la verdad hoy puede ser un crimen". Él hace un teatro que va más allá de lo políticamente correcto para enfrentarnos a las paradojas de un mundo interconectado que pone a prueba a una mayoría que se conduce como un rebaño. Veo la función un día después de la asunción de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos y durante la jornada en la que una marcha masiva de mujeres por el mundo se erige como resistencia a lo que simboliza la elección del candidato republicano. Y también durante otro día de emergencia nacional por los incendios que arrasan con tierras que fueron plantadas con pinos, entre otras causales, siguiendo la avidez de la industria forestal.
Ostermeier, el punto más alto en el Festival Santiago a Mil 2017, es nada menos que el director del Teatro Schaubühne am Lehniner Platz de Berlín, se formó en los inicios en Berlín del Este y luego se mudó al otro lado del muro para impregnarse de los saberes de Stanislavski, Brecht y otros maestros. En sus versiones no teme omitir, recortar y reescribir los textos con tal de dejar intacto el espíritu de la historia. Su destacada labor ha sido actualizar el teatro épico de Brecht con obras de otras épocas que dialogan con el presente, usando temas musicales y recursos multimediales, construyendo personajes que más que entidades psicológicas son fuerzas sociales y héroes dramáticos, imprimiendo una mirada realista que cada tanto rompe la ilusión de la cuarta pared.
En el caso de "Un enemigo del pueblo", un salón del siglo XIX se cambia por un apartamento de una banda de rock indie y avanza hasta que se suspende la ilusión del teatro y el público se suma al debate entre Stockman y los líderes de la ciudad. En la clase magistral exhibió un video que registraba las distintas reacciones que ha tenido esta modalidad en montajes en Turquía, Moscú, Londres. Asombraba la polémica que se produjo entre una audiencia joven en Estambul que denunciaba vivir bajo la opresión del régimen de Erdogan.
En Santiago de Chile, gracias a la traducción diferida de la talentosa Margit Schmohl (que merecería un reconocimiento por acompañar al teatro hace años) se abre la sesión. La primera persona en intervenir dice que está de acuerdo con Stockman pero que estamos en un teatro burgués y eso nos hace muy contradictorios, otra persona dice que sea uno burgués, o no, tiene derecho a repensar la sociedad y da como ejemplo a Marx. Carcajadas. Otra persona dice que hay que valorar la austeridad y da, a modo de ejemplo, que su televisor tiene treinta años. El actor comenta que lo que le falta a su televisor se lo lleva en los lentes y el humor nos relaja. Así prosigue el diálogo contra el individualismo, la excesiva predominancia del capital, la frustración de no poder hacer cambios revolucionarios. La obra retoma la cuarta pared y vemos a Stockman agredido con bombas de pintura.
En la pieza "El matrimonio de María Braun" también está la denuncia por el poder del dinero. En esa obra la protagonista, interpretada por la atractiva Ursina Ladina, encarna el egoísmo de las pasiones y las ambiciones de una mujer en la sociedad de posguerra. Luego de casarse, su marido parte al frente sin dar noticias en mucho tiempo; en ese período incierto se empareja con un soldado norteamericano a quien mata cuando regresa su hombre, quien, por culparse, termina en la cárcel. Ella seguirá coqueteando con otros hombres y seduce a un millonario francés que la hace gozar de lujos. María Braun ha perdido todo escrúpulo y debe sobrevivir a cualquier costo, a modo de una metáfora de la nación alemana y su milagro económico. Es asombroso cómo la versión fílmica de Rainer Werner Fassbinder se edita para el teatro y sus veintisiete personajes son interpretados por los talentosos Thomas Banding, Robert Beyer, Moritz Gottwald y Sebastian Schwarz que asumen varios papeles e identidades.
Sus montajes sí tienen que ver con Ibsen, con Shakespeare (autor que ha trabajado mucho), con Fassbinder, con Sarah Kane en su poderoso ejercicio de deconstrucción épica, con actuaciones intensas, escenografías sugerentes y composiciones contemporáneas. Ostermeier es un director que hace un teatro político mordaz, no nos ahorra paradojas y contradicciones. Recurre a la ironía para denunciar una época de la historia cuando estamos más informados y más conscientes de las injusticias, más llenos de buenas intenciones, y paradojalmente, estamos más inmovilizados por la apatía y el individualismo. Y, por qué no decirlo, por el capricho de la mayoría.
Andrea Jeftanovic