Esta es una película sobre disfraces y roles, donde el básico es el siguiente: Winfried (Peter Simonischek), profesor de música, es el padre de Inés (Sandra Huller), exitosa ejecutiva de una empresa alemana, que es su hija, precisamente.
En ocasiones se ven la cara y alguna vez hablan por teléfono, pero en un encuentro familiar aparece la distancia que existe entre ambos, por generación, creencias, tecnologías y por la vida y el mundo.
Winfried es bromista y bufón con su cara pintarrajeada, dentadura postiza y un ámbito muy pequeño: provocar un susto o sacar una risa.
El ámbito de Inés es enorme y puede ser Singapur, un país africano y ahora es Rumania, donde debe externalizar los servicios de una empresa petrolera. Ella pertenece a la cúspide que florece entre hoteles, restaurantes y una mixtura laboral, social y sentimental.
Lo de ella es el presente industrial y político de la globalización.
Lo del viejo es la aldea y lo mínimo.
Cómo descubrir, entonces, si quedan destellos de esos primeros roles que tuvieron cuando ella nació y creció: los de padre e hija.
Y para eso existe el personaje de Toni Erdmann.
Inés se instala en Bucarest e inicia su labor ejecutiva, que no es fácil, miente, sufre, la eficacia es el dato y todo se reduce al gran negocio.
Winfried viaja a Rumania con el fin de sorprenderla y quizás hacerle compañía y estar con ella. Cuando eso no es posible y no hay manera de aproximarse a los viejos roles -el de padre e hija- surge Toni Erdmann, un personaje inventado por Winfried, que es un asesor extravagante o un diplomático atípico, con peluca de pelo negro y dentadura postiza.
Toni Erdmann se cuela por la vida de su hija, que no sabe cómo contenerlo, porque se desliza por el absurdo, desnuda los rituales de los ejecutivos y lanza preguntas inapropiadas sobre la felicidad o el sentido de la vida.
La película evita el melodrama, huye de la prédica y no tolera una sola lectura, porque destila cinismo y distancia para una historia que, por cierto, no es solo sobre ellos.
En algunas secuencias es comedia delirante y a veces escupe sátira social, pero lo hace sin prisas ni desesperación, se toma su tiempo y no intenta demostrar nada.
No es el mundo como debería ser, según la ideología, la familia o la religión, porque ya nada clasifica.
Es el mundo como es, cada vez más complejo y menos candoroso.
Es la Europa de ahora, donde las capas del desarrollo y el subdesarrollo se enredaron.
Puede ser el futuro bajo un titular: el fin de las utopías y la bienvenida al estrés.
Un detalle es la frase de una mujer rica, que no es textual, porque ya nada es textual, y además tampoco tan rica: "Me encantan los países con una gran clase media: me tranquilizan".
Un padre y su hija flotan por las ideas y los sentimientos de la época.
Es un mundo equivalente al disfraz búlgaro de un monstruo: es enorme y sofoca, agobia y angustia, es temible, desconcertante, sin pies ni cabeza.
"Toni Erdmann". Alemania-Austria-Rumania, 2016.
Director: Maren Ade. Con: Sandra Huller, Peter Simonischek.
162 min. Mayores de 14.