Hace más de 70 años, en 1941, el maestro Howard Hawks realizó El sargento York, la historia del suboficial Alvin York, un objetor de conciencia que durante la Primera Guerra Mundial logró una espectacular victoria sobre los alemanes en el frente francés con solo unos pocos disparos. Su enorme éxito la llevó a las puertas del Oscar, pero ese fue un año de confrontación entre gigantes y el mayor número de trofeos se los llevó la inmensa Qué verde era mi valle (John Ford), mientras la película más influyente de la historia, El ciudadano Kane (Orson Welles), obtuvo uno solo, más bien secundario. El sargento York se quedó con dos. Y a pesar de su gran espesor poético, es uno de los filmes más flojos de Hawks, en buena medida por el descompromiso de un cineasta más bien agnóstico con un protagonista de profundas motivaciones religiosas.
Hasta el último hombre es lo contrario. Se puede hallar imperfecto, insuficiente, incluso simplón el modo en que el director Mel Gibson presenta a Desmond Doss, pero de ninguna manera descomprometido. Al revés, puede ser sobre comprometido, porque hasta hace trampa: no conocemos la verdadera motivación de su rechazo a las armas hasta una hora y media del metraje. Desmond Doss (Andrew Garfield) fue un objetor de conciencia en el ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y se convirtió en el héroe principal de la batalla de Okinawa, antesala de la derrota de Japón, con solo salvar vidas de soldados heridos, sin usar jamás un arma.
Okinawa toma algo más de una hora de la narración. Todo lo que se ve antes es una preparación bastante notoria para ese momento: el alcoholismo antibélico y violento de su padre, las escaladas por los riscos de Virginia, el romance con Dorothy (Teresa Palmer), el hostigamiento de sus compañeros de entrenamiento, el oficial maldito, la corte marcial... Sacrificio, obstinación, coraje y amor, el cóctel que se toman los héroes antes de serlo.
El asalto a Okinawa incluye una escalada por riscos, el cruce por un territorio cubierto de humo y sembrado de cadáveres, el silencio de la devastación y el súbito estallido de un combate despiadado, feroz, caótico y mortal. En esos 16 minutos, abundan los planos de cabezas perforadas (con esa sucesión de dos tiros de las semiautomáticas), cuerpos sacudidos en el aire por las ametralladoras, sujetos mutilados, quemados y estallados, órganos desprendidos, ojos volados, cascos horadados.
Se necesita una especial obsesión con el sufrimiento y la sangre para filmar esto. Es la misma fijación que puebla todo el cine de Mel Gibson, desde Corazón valiente hasta Apocalypto, pasando por la prueba decisiva de La pasión de Cristo, con sus minuciosos planos de clavos, llagas, espinas y laceraciones. Es un tipo de masoquismo visual asociado a un sentimiento religioso intensamente verbal, que casi no se traduce en las imágenes.
Hasta el último hombre es el reflejo de un desequilibrio apocalíptico, psicológico y quizá moral. Pero no del héroe, sino del cineasta.
Hackshaw Ridge
Dirección:
Mel Gibson.
Con: Andrew Garfield, Teresa Palmer, Hugo Weaving, Rachel Griffiths, Vince Vaughn, Sam Worthington.
139 minutos..