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Editorial
Miércoles 18 de enero de 2017
Caída en la natalidad
Si se quiere aumentar la población, se comprende una política de estímulos a los padres, para ayudarlos en la carga que significa la crianza y educación de los hijos...
No sorprende, pero preocupa, que la cifra de nacimientos el año pasado en Chile -248 mil niños inscritos en 2016- sea la menor de la última década. Está en concordancia con la tendencia mundial a la baja, donde países como Níger y otros africanos tienen las tasas de fertilidad más altas, y la mayoría de los europeos no alcanza -como tampoco Chile- a la tasa de reposición, de 2,1 hijos por mujer.
Es un modelo casi establecido que las mujeres que pueden hacerlo posterguen la maternidad lo más posible para continuar sus estudios y desarrollar sus carreras profesionales antes de formar una familia. El cuidado y la educación de los hijos requieren más tiempo y recursos que los que muchos potenciales padres están dispuestos a dedicar en las primeras etapas de la vida adulta. Sin embargo, esos legítimos planes personales pueden afectar, en el largo o mediano plazo, la proyección de una sociedad. El fenómeno es particularmente complejo para un país como Chile, que tiene un vasto territorio con muy poca población y enfrenta una importante presión migratoria. Razones de soberanía nacional demandan un aumento de la natalidad que haga factible el poblamiento de todas las zonas del país, contrariamente a las políticas aplicadas en los años 60.
Si se quiere aumentar la población, se comprende una política de estímulos a los padres, para ayudarlos en la carga que significa la crianza y educación de los hijos. Incentivos tributarios y otros beneficios pueden efectivamente contribuir a que haya familias más grandes, pero es importante que se focalicen bien para evitar efectos no buscados.
Por otra parte, una población pequeña no es un problema en sí mismo; se transforma en uno cuando las nuevas generaciones no logran sostener el sistema creado por sus padres, como sucede en Europa. El cálculo de los economistas es que menos nacimientos significarán menos contribuyentes y menos dinero para los planes sociales y pensiones, porque una sociedad envejecida es menos dinámica, menos creativa y menos productiva. En países europeos afectados por las caídas en la natalidad se han ideado diversos planes de incentivos para padres, con relativo éxito, aun cuando no logran elevar los nacimientos hasta superar la tasa de reposición. En Alemania, por ejemplo, luego de años con un bono fijo, se entregan dos tercios del sueldo (con tope) a las madres hasta por doce meses. En Francia, el incentivo es algo similar y adicionalmente se ha ampliado la cobertura de guarderías. En Rusia y Gran Bretaña prefieren el bono por una vez. Al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, donde la tasa de fertilidad estimada para 2016 llega solo a 2,06 hijos por mujer, los padres reciben beneficios tributarios.
Una sociedad que no logra reproducirse a las tasas convenientes necesariamente debe acudir a la inmigración, pues los inmigrantes en general llegan a trabajar con grandes ímpetus y tienen la fortaleza de ocupar los puestos vacantes de los nacionales. Eso ha pasado en Estados Unidos con mexicanos y otros latinoamericanos, y en Europa Occidental con trabajadores del ex bloque soviético, África y Asia. En esas sociedades desarrolladas las comunidades de más alta tasa de fertilidad son precisamente las de los inmigrantes, pero eso también puede generar tensiones si no se logra un adecuado proceso de integración cultural.