Scott Fitzgerald + Arcimboldo, con un aroma de Proust: este es el plato que ha preparado Woody Allen en su largometraje número 47, cuando ya cumple los 81 años. En forma natural, es una historia de jóvenes vista con ojos viejos.
Viejos, pero no cansados. Woody Allen siempre ha admirado con una devoción casi desesperada el mundo de los jóvenes. Esta vez lo aborda con los sentimientos de nostalgia y pérdida que son más propios de la vejez: el paso de los años, la caída de las estaciones, el peso leve e implacable del tiempo, las frustraciones, los amores perdidos, la vida que es y la que no fue. Es el lado proustiano.
Es el Hollywood de los años 30, el Hollywood de oro, las fiestas donde se encuentra a Joan Crawford, Errol Flynn, Fred Astaire, en las casas de Busby Berkeley, Howard Hawks, William Wyler, con las canciones de Rodgers & Hart, el jazz de Count Basie, Benny Goodman, Eddy Duchin, "I don't know what time it was", "The lady is a tramp", "This can't be love" y los millonarios que lo gastan todo en joyas, pieles y señoritas, vacíos como un tambor, pero igual de resonantes. El lado Scott Fitzgerald.
Y es la visualidad opulenta de Vittorio Storaro, su iluminación de oro y rubí, frutal, floral, hormonal, llevada hasta los excesos detallistas de Giuseppe Arcimboldo, el colorido rabioso de la banalidad y de la pequeña pudrición. Esta es la primera cinta de Woody Allen con Storaro, pero es como si el instrumento se hubiera encontrado con su intérprete. La precisión de la cámara, la ligereza de la composición, la cascada de colores, es todo lo que Woody Allen pudo querer para una historia que es multitudinaria en personajes, decorados y locaciones.
Es el Woody Allen-esponja, absorbiendo, imitando, copiando: la nostalgia de Truffaut, la síncopa nerviosa de Scorsese, la causticidad de Mottola, la deriva de Linklater y, por supuesto, citándose a sí mismo, los viejos chistes de judíos, Dios, gángsteres, Costa Este versus Costa Oeste, neoyorquinos, madres dominantes, jóvenes neuróticos, en fin, todo eso que se denomina el mundo de Allen.
Parece ser que algunos de los más entusiastas de los seguidores de Woody Allen se han indignado con este filme, por su liviandad, por la dudosa justificación de muchos de los episodios que rodean al triángulo amoroso principal, como la historia de gángsteres, por el interminable
name-dropping de ricos y famosos, y hasta por la inclusión de clips de dos películas más bien mediocres:
La mujer de rojo (1935) y
Los enredos de una dama (1936).
No parece un enojo demasiado justo: Woody Allen nunca ha sido mucho más profundo que en
Café Society, y raras veces habrá conseguido filmar un final más desesperadamente cercano a la muerte.
Café Society
Dirección:
Woody Allen.
Con: Jesse Eisenberg, Steve Carell, Kristen Stewart, Blake Lively, Corey Stoll, Sheryl Lee, Jeannie Berlin, Ken Stott, Sari Lennick.
96 minutos.