Esta es la historia de la operación C-Chase, el mayor golpe propinado contra las finanzas del narcotráfico durante el reinado de Pablo Escobar. El protagonista es Robert Mazur (Bryan Cranston), un funcionario de Aduanas que en los años 80, cuando tiene la posibilidad de jubilar, opta por emprender su mayor misión como agente encubierto.
El relato comienza en 1985, en Tampa, cuando la jefa de la policía de Aduanas, Bonni Tischler (Amy Ryan), declara que están perdiendo la guerra contra el narcotráfico: solo el Cartel de Medellín interna en Estados Unidos 15 toneladas de cocaína por semana. Mazur decide invertir la lógica con que han trabajado hasta entonces. En vez de tratar de llegar a los peces gordos siguiendo la pista de la coca, utilizará la pista del dinero. A fin de cuentas, el dinero ilegal necesita ser lavado para convertirse en útil.
Mazur adopta el nombre de un muerto, inventa una trayectoria empresarial, simula un noviazgo con la agente Kathy Ertz (Diane Kruger), recluta al convicto Dominic (Joseph Gilgun) e instruye a su compañero Abreu (John Leguizamo) para que ofrezca sus servicios a través de su red de soplones y traficantes. Luego toma contacto con los ejecutivos del Bank of Credit and Commerce International, a quienes les informa que sus clientes son narcotraficantes, y echa a andar la máquina.
Su oferta de lavado en gran escala atrae a los secuaces del Señor del Mal. Cuando llega a hacerse amigo del joyero e inversionista Roberto Báez-Alcaíno (Benjamin Bratt), intermediario de las finanzas de Escobar y de su principal aliado, el dictador panameño Manuel Noriega, ya ha pasado cerca de tres años dentro del bolsillo del Cartel de Medellín.
Narrativamente, esta es una historia que depende de dos dispositivos: la tensión y la ruptura. El primero nace de la posibilidad de que Mazur sea descubierto. Para que esto sea importante es preciso tener una noción de las cosas horribles que le pueden ocurrir a él y a su familia antes de ser liquidados: a esto se dedican varios personajes que describen esos tormentos. El dispositivo de la ruptura viene a ocurrir en un momento muy avanzado del metraje, cuando Mazur queda en la posición del traidor alevoso.
El director Brad Furman cumple muy bien con lo primero. Por más de una hora, la sensación de peligro creciente puede poner al espectador al borde del asiento; Furman juega muy bien unos largos planos en los que Mazur parece a punto de naufragar por algo que puede aparecer desde los bordes de la pantalla, una mano, una mirada, un gesto.
Para lo segundo -invertir bruscamente los lados de la moral- carece de la delicadeza y la capacidad de introducir los matices que construyen una situación como esa. Allí se vuelve torpe, grueso, maniqueo, y uno de los lados más interesantes de El infiltrado se desploma antes de levantarse. Una lástima, dentro de una cinta que en todo lo demás es más que eficiente.
The infiltrator.
Dirección: Brad Furman.
Con: Bryan Cranston, John Leguizamo, Benjamin Bratt, Elena Anaya, Diane Kruger, Olympia Dukakis, Amy Ryan.
127 minutos.