Donald Trump está gobernando por Twitter y antes de asumir. Mala forma de proceder y no es modernidad. Sigue acostumbrado a operar fuera del sistema. Simplemente dispara, como si fuera cualquier candidato, y es Presidente de los Estados Unidos.
Trump, antisistema, impaciente y deslenguado, no esperó el juramento para gobernar. Ya alteró la política exterior norteamericana y muchas decisiones empresariales. Dejó al Presidente Obama en la irrelevancia y en la oscuridad.
Sin filtro, lo humilla. Mientras Obama libera a presos y desocupa Guantánamo, el Presidente electo promete ampliar esa cárcel. Hay cuentas pendientes: Obama le quiere quitar legitimidad a su triunfo y se entrometió descaradamente en la campaña presidencial a favor de Hillary.
En el temprano ejercicio del poder se confirman los riesgos y lo que podría ser la presidencia de Trump. Está decidido y no teme remecer a la burocracia norteamericana, a los organismos internacionales, a la dirigencia política de Washington y a la CIA. Puede estar en su derecho poner en movimiento su agenda; son compromisos y sus electores lo reclaman. Pero no es esta la forma y debió esperar para empezar a hacerlo. Quedó atrás el discurso conciliatorio del día en que fue elegido.
Preocupantes son el autoritarismo y el nacionalismo de Donald Trump. Parece despreciar a las alianzas y compromisos internacionales y a la libertad de comercio. Causan inquietud su casuística y presiones sobre el sector automotor y otras industrias para que inviertan en Estados Unidos. Aunque nunca nos nombre, su proteccionismo puede afectar a Chile, y, en todo caso, nos obligará a reaccionar en defensa del libre comercio. Conduce a una pugna con Estados Unidos a la cual se sumarán muchos gobiernos.
El 20 de enero, el mandato de Trump quedará sometido a límites y formalidades: ese día Trump debe jurar cumplir con la Constitución y pronunciar su discurso inaugural. Es la ocasión para fijar rumbos y despejar incertidumbres. Allí no caben los tuiteos. Tendrá que hacerlo y con dignidad, como sus predecesores. Desde entonces quedará bajo la jurisdicción y fiscalización del Poder Judicial y del Congreso de los Estados Unidos.
La imprudencia le puede costar caro a Trump; hasta podría perder anticipadamente el cargo si se expone a transgredir la ley. Aunque le disguste, tendrá que oír a los abogados, analizar previamente sus decisiones con sus asesores y respetar el sistema. Hay muchos interesados en detectar cualquier descuido que permita seguirle un juicio político para destituirlo. Se ha hecho de demasiados enemigos, hasta en su partido. Trump y los Estados Unidos necesitan amigos.