Esta película se inicia con un noticiario radial del 7 de septiembre de 1996 que informa de la muerte de una cantante. Se abre entonces un extraño plano desde el interior de una carroza, por cuya ventana se divisan flores, manos, lluvia, rostros. Se diría que es casi la perspectiva del cadáver. De ella se pasa abruptamente a las manos de la parvularia Miriam Bianchi (Natalia Oreiro), que marca en un diario la convocatoria a una prueba musical. Es decir, un salto al pasado: se ha contado el final, ahora viene la historia.
Es una forma llamativa de construir un relato: poca estridencia, asociaciones inusuales, agudeza visual (que sería mejor sin la manía de filmar en la penumbra) y la anulación de toda sorpresa narrativa. Como quiera que sea, la protagonista morirá.
El caso es que en el comienzo Miriam está aburrida de su vida, o de la reducción de ella a un marido posesivo y una madre a la que detesta. En ese afán de fuga, conoce a "Toti" Giménez (Javier Drolas), un músico que encaminará su carrera por la cumbia, el género favorito de las clases bajas argentinas, los "cabecitas negras" de los suburbios y el interior. Miriam se convierte en Gilda, "la Reina del Merengue". Y aunque es demasiado flaca para el estándar del género, su voz dulce captura a ese público.
Gilda se transforma en un fenómeno, mientras se deteriora su matrimonio con Raúl (Lautaro Delgado) y se degrada la relación con su madre (Susana Pampín). "Toti" pasa a ser su alternativa sentimental, pero Gilda no está tan interesada en ese vacío: su dedicación principal es el público que la aplaude.
El filme lleva el equívoco subtítulo
No me arrepiento de este amor, que fue uno de sus temas más exitosos, junto con "Se me ha perdido un corazón", "Un amor verdadero", "Corazón valiente" y "No es mi despedida", además de otras adaptaciones del cancionero popular. Y es equívoco, porque esta biografía habla poco del amor romántico. La cinta sitúa el momento en que crea esa canción cerca de la mitad del metraje, cuando Gilda solo está enamorada de su música, o quizá más precisamente de su éxito.
Hay algo más: esa secuencia está precedida y seguida por dos
flashbacks que recuerdan la muerte de su padre, sugerencia visual de que su afecto principal no ha estado entre Raúl y "Toti", sino en el hombre que la protegió en sus primeros años. Para esta Gilda-Electra, los adversarios no son los hombres, sino las madres, sobre todo la suya.
A pesar de estas singularidades, Gilda se inscribe en el ancho río de las
biopics sobre cantantes, en las cercanías de
La hija del minero (1980), que describe una historia parecida con la cantante country Loretta Lynn. Puesta en ese curso, es una película digna, voluntariosa, esforzada y posiblemente proporcionada con su material. Abandonar las pretensiones en aras del rigor fílmico es, en este caso, un gesto para agradecer.