Parece una película de vaqueros; o de ladrones de bancos.
Lo es, sí. Hay una pareja de asaltantes y una pareja de policías.
Transcurre en Texas, en llanuras más bien cubiertas de malezas, ranchos en decadencia y cowboys que montan grandes camionetas con las que circulan por caminos polvorientos que unen dispersos y pequeños poblados lánguidos. A no ser que alguno use su caballo para arriar el ganado y alejarlo de una humareda, mientras rezonga: "Y después preguntan por qué mi hijo no quiere quedarse aquí". Lo que sí hay es máquinas perforadoras extrayendo petróleo.
"Hell or High Water" (traducida como "Contra viento y marea" en algunos lados y "Comancheria", en otros) es en verdad un drama de suspenso, de una permanente tensión a fuego lento, con tratamiento de cine negro y de una sorda pero punzante crítica social; una tragedia no exenta de humor, ironía y sátira.
Con serias posibilidades de competir en el Oscar, "Hell or High Water" ya está nominada (entre otros premios) a tres globos de oro: mejor película, mejor guión al extraordinario trabajo de Taylor Sheridan ("Sicario") y mejor actor secundario (Jeff Bridges).
Un plano general muestra un pueblo medio muerto. Una mujer se baja del auto y la cámara hace zoom en un grafiti: "Tres veces en Irak pero no hay dinero para nosotros".
La mujer abre la oficina del banco. Tras ella irrumpen dos asaltantes encapuchados. Ella los mira con cierta conmiseración y les larga un discurso sin alterarse demasiado; también les dice que hay que esperar a que llegue el gerente. Antes de las 8:30, aparece.
En la siguiente secuencia los hombres ya han dejado la sucursal del Texas Midland Bank con su objetivo en las manos -unos cuantos miles de dólares de baja denominación- y van por la carretera con su viejo auto. Pronto harán exactamente lo mismo en otro condado.
Tanner (Ben Foster) y Toby (Chris Pine) son hermanos, hombres de infancia dura, de la cual sabemos escuetamente. En el empobrecido rancho familiar -a punto de ser embargado por el banco- acaba de morir la madre, después de una larga agonía. Tanner no la vio: tras 10 años en la cárcel y uno en libertad, no se había acercado a lo que fue su hogar; hasta ahora.
Toby está divorciado y no ha tenido cómo cumplir con el pago de pensión a su ex y sus dos hijos. Hace tiempo que no los ve. "Ser pobre es una enfermedad que se transmite de generación en generación", dirá Toby.
El caso de los asaltantes cae en manos del sheriff (un ranger ) Marcus Hamilton (grandioso Jeff Bridges, a la altura de esta gran película), un hombre desgastado, a semanas de jubilar, pero astuto; y su ayudante, Alberto, mitad comanche, mitad mexicano. Es el oeste de Texas, un territorio que fue azteca, que hasta 1860 fue comanche y que ahora "no es de ninguno de ustedes", como le dice Alberto con no poca sorna a su jefe, aludiendo, como lo hacen casi todos quienes circulan por la historia, a bancos, hipotecas y petroleras.
Los diálogos son tan filosos y corrosivos que el espectador siempre está sintiendo que algo va a estallar; entre Marcus y Alberto; entre Tanner y un comanche, con quien comparte mesa de juego en un casino; entre Toby y su hijo adolescente. La corrección política está en Nueva York, un lugar más allá de la luna (muy gracioso el diálogo con la vieja camarera de un pueblucho).
Y sí. Uno sabe que esto va a acabar mal. Solo que no sabemos cuán mal, ni tampoco quién de verdad maneja los hilos ni los planes ni la información. Esa que vamos descubriendo de a poco y con asombro.
El director David Mackenzie maneja los tiempos con maestría: usa muchas elipsis, pero es capaz de mantener una cámara a la altura de un hombre sentado que conversa una cerveza en un porche, mientras la profundidad de campo nos permite observar, al fondo, objetos que son importantes pistas. Y en escenas muy dramáticas, con la misma sobriedad y nada más que una línea de texto precisa, un gran plano general que, sin embargo, nos permite escuchar el silbido de alguna serpiente. Un tiempo cuya cadencia va siendo marcado por la melancólica y emocionante música de Nick Cave y Warren Ellis ("Comancheria").
A Mackenzie (que dedicó este filme a sus padres, ambos fallecidos el año pasado), finalmente, le preocupan la familia y -en esta historia en que se desdibujan buenos y malos- la ética.
¡Imperdible!
(En Fílmico, Paseo Las Palmas).