El embrollo de fin de temporada entre Johnny Herrera y Carlos Heller no es un buen augurio para un año que no resiste un nuevo fracaso deportivo. Es bien difícil tragarse la reconciliación entre el capitán de la U y el presidente, luego de que ambos se declararan la guerra y advirtieran poco menos que no había cabida para los dos en el mismo nido.
El acomodo entre ambos solo se puede justificar porque tampoco fueron capaces de ponerse de acuerdo para que el arquero se fuera. Herrera, a todas luces, ha cumplido el ciclo institucional que todo jugador completa luego de numerosas temporadas en un equipo. Y aunque su rasgo de líder y su ascendencia dentro de un plantel complejo, más su conocida cercanía con el sentir pasional de una barra con peso específico, se entiendan como los motivos centrales de su permanencia, la distancia con la directiva universitaria no se va a acortar por el simple hecho de una buena campaña en el arco, que entre paréntesis hace tiempo no se produce.
Más aún: si la directiva cree que la continuidad de Herrera es una acción que descomprimirá a una hinchada que ha perdido la confianza en la gestión de la mesa conducida por Heller, una lectura más decantada de los acontecimientos puede proporcionar un resultado absolutamente contrapuesto. Que el portero siga dentro del plantel es una clara señal de debilidad directiva, de una falta de consistencia en el discurso que motivó el enojo y la destemplada reacción del capitán y de una intención de no asumir que Universidad de Chile requiere de un golpe de timón si es que busca rehabilitarse de sus descalabros futbolísticos.
Que ahora sea el desechado José Rojas uno de los objetivos centrales de la dirigencia, porque cuesta creer que el entrante director técnico lo haya pedido, revelan la urgente búsqueda de una figura que contrarreste el peso de Herrera en el plantel, porque seamos sensatos: Rojas no es un jugador que haya desarrollado una campaña excepcional en Belgrano o que cumpla los requisitos de inversión a futuro. Su llegada es una claro indicio que Heller quiere incorporar otro estilo de liderazgo capaz de equilibrar la hegemonía que ejerce el actual capitán.
Heller jugó la apuesta más conservadora al mantener a Herrera en el plantel. Es cierto que el presidente azul ha debido navegar contra la corriente este año que se va, y que empezar otro cuesta arriba en las encuestas de popularidad no es el escenario ideal, pero dados todos los antecedentes cercanos, nadie le puede garantizar que el costo político de dejar al arquero-capitán en el equipo, sabiendo lo que ambos piensan mutuamente, sea una decisión inocua si es que la U no encuentra rápidamente el camino de retorno al éxito.