"La U debe tener un técnico ganador y que vaya al frente", declara Carlos Heller cuando define el estilo de conducción que debe tener el nuevo entrenador. Una descripción para dejar tranquila a la galería; una intención básica, gruesa, que sólo abre nuevas interrogantes respecto de lo que el dueño cree que el líder del camarín debe aportarle a Universidad de Chile. Un discurso preocupante, porque traduce la condición de urgencia dirigencial por éxitos que ha transformado al equipo en un atado de nervios, y a las relaciones entre los jugadores, el técnico y los directivos en un enredo propio de una teleserie vespertina.
¿De verdad en Universidad de Chile creen que cambiando a los entrenadores van a mejorar el rendimiento? ¿Por qué la llegada de un nuevo técnico debe garantizar la mejoría futbolística de un equipo que claramente tiene una manifiesta fragilidad estructural, una tara en la conformación del plantel que difícilmente pueda ser reparada durante esta transición entre campeonatos?
El evidente estado de desesperación directiva universitaria empuja a que los actuales controladores del club vuelvan a tropezar con la misma piedra. Así como perdieron tempranamente la paciencia por la declinación que tuvo el equipo campeón del uruguayo Martín Lasarte, cayeron luego en una profunda angustia con el errático Sebastián Beccacece, un entrenador debutante con el que se corrió una enorme apuesta que no tuvo un correlato de respaldo dirigencial (por más que hoy se diga que se le dio la opción de formar un plantel a su gusto). Ahora, la salida de Víctor Hugo Castañeda no puede ser leída más que como un nuevo paso en falso de un club desorientado, al borde de la ceguera, que sigue buscando a tientas.
Universidad de Chile seguirá confundida en tanto no baje su expectativa y asuma que el progreso deportivo debe ir acompañado de un plan que no pase por el cuestionamiento de lo que hace el equipo cada fin de semana. Más que la búsqueda casi mágica de ese "técnico ganador y que vaya al frente", la U debe encontrar un líder respetable, con ascendiente para convencer de sus reales capacidades a un grupo heterogéneo que se ha devaluado internamente y al que los rivales le han perdido el respeto futbolístico.
Mucho se podrá escribir sobre las exigencias cortoplacistas de volver a tener una identidad de juego, fondo, estilo, modelo, sistema, como quiera llamársele. Pero, sobre todas las cosas, no hay que perderse: si en la máxima dirigencia azul no hay convicción en que contratar un cuerpo técnico y conformar un plantel requieren de tiempo, paciencia y tolerancia a la frustración, el trauma de los continuos fracasos seguirá sometiendo las decisiones estratégicas a las oscilantes emociones.