Para salir campeón se puede ser el mejor, el más regular o el menos malo. Universidad Católica transitó por los tres estados a lo largo de las 15 fechas y demostró ser el más parejo. Fue netamente superior al resto cuando hubo que acelerar y ganó el título porque en la segunda mitad del Apertura no tuvo un rival de real consistencia, ni siquiera los otros dos serios aspirantes -Iquique y Unión Española-, víctimas coincidentes o no de los momentos más altos del campeón (la paliza en Cavancha y el extraordinario segundo tiempo en Santa Laura).
Esta vez nadie puede discutirle el merecimiento a Universidad Católica, a diferencia del anterior Clausura, cuando O'Higgins le cedió la corona en bandeja. La UC del segundo semestre fue capaz de sustraerse al peor comienzo en un campeonato desde la campaña del argentino Oscar Garré en 2004, de reponerse de una lacerante eliminación en la Copa Sudamericana ante el discretísimo Real Potosí boliviano (hoy los eufóricos hinchas de la tribuna Sergio Livingstone ya deben haber olvidado que esa noche de octubre pasado, conforme al léxico y los modales que les caracterizan, exigieron la cabeza de Mario Salas), y de consolidar un proceso donde la seguidilla de lesiones y una incomprendida rotación de jugadores parecían desmoronar las intenciones de conquistar el bicampeonato.
Los puntos de inflexión que representan en la campaña cruzada esos memorables triunfos ante la U y Unión ilustran el crecimiento de un modelo que nunca traicionó su principio. Pero más interesante aún fue la tendencia revisionista que aplicó una fuerte dosis de pragmatismo para asegurar el resultado en la recta final del torneo, toda una novedad viniendo de un entrenador como Salas, cuya propuesta basal de agresividad en la recuperación y verticalidad en la fase ofensiva han sido parte de su impronta histórica.
Y aunque después de la victoria frente a Iquique mucho se enfatice sobre la relevancia de la dupla Buonanotte-Castillo para hablar del poderío de Católica, es injusto si se revisa la temporada no detenerse en Maripán y Parot, dos jugadores que lejos de las luces, de las entrevistas y de los titulares de los lunes, plasman el derrotero que un club eminentemente formador ha logrado forjar luego de varios años opacos.
Las características de este sistema de campeonato, tan cuestionado por su discontinuidad y mínima extensión, pero a su vez alabado por el grado de emotividad que otro más prolongado quizás le reste, condicionan un análisis sobre la real competitividad que sustente quien logre el título. Los detractores suelen exhibir una prueba sólida: los paupérrimos resultados internacionales de nuestros representantes en los certámenes internacionales. Tendrá la UC en su próximo desafío una oportunidad para desmentir a los críticos, y una gran opción de probarse a sí misma que su primer bicampeonato podrá tener un estreno a la altura en las copas continentales.