En el discurso que pronunció Leonard Cohen -quien acaba de fallecer- con ocasión del otorgamiento del Premio Príncipe de Asturias (2011), agradeció el caluroso acogimiento que sus canciones y literatura habían recibido de España y sostuvo ante los entonces príncipes, hoy reyes, que en esa recepción España no hacía sino reconocer el legado que ella misma le había hecho cuando era todavía un aprendiz de músico y que, durante todos estos años, solo se había permitido poner su firma bajo una página dictada por otro.
La modestia de Cohen es ejemplar en un ámbito en que los egos son como zepelines a punto de reventar, pero uno se pregunta si acaso el artista canadiense exageraba cortesanamente. Lo fundamental fue la razón que dio y la manera en que la dio. Les recomiendo que vean el video en YouTube para apreciar la nobleza del gesto de Cohen y su sabia sencillez: simplemente contó una anécdota personal que nunca antes había hecho pública.
En un viaje a Montreal a visitar a su madre, escuchó por casualidad en un parque vecino a un joven español que tocaba flamenco. Se emocionó al escuchar su música y cuando se produjo "un apropiado silencio" -las palabras son de él-, le pidió que le diera clases de guitarra, le indicó con la mano la habitación de su madre y concertaron los honorarios. En la primera sesión quedó claro que el Cohen de entonces no tenía idea de tocar guitarra, el joven la afinó -no era una mala guitarra- e intentó en vano enseñarle unos acordes. En la segunda y tercera sesión insistió en los seis acordes básicos tocados con un trémolo y, aunque Cohen no podía interpretarlos, los memorizó y de a poco fue mejorando su
performance. Al cuarto día, el joven no apareció. Llamó entonces al hostal donde se alojaba el joven y le respondieron que se había suicidado la noche anterior. En ese punto todos sentimos una pena sorda. Cohen desconocía por qué el joven se encontraba en Montreal, de qué parte de España había venido y cuáles eran las razones de su suicidio. Se entristeció. Pero ahora, tantas décadas después, se alegró de tener la oportunidad justa para señalar que esos seis acordes con trémolo, que nunca olvidaría, estaban en la base de toda la música que crearía después.
En la historia de Cohen -muy bien contada- pareciera que la muerte del joven se ilumina por la semilla -el legado- que plantara en el otro joven y por la obra de este -en cuya melancolía acaso anida no solo la huella musical, sino trágica de su origen- y revela también cómo el artista más lúcido es el que reconoce y se apropia de las capas anteriores de ese palimpsesto que es su oficio.