Si "A Chorus Line" -la versión chilena de uno de los musicales de Broadway históricamente más exitosos- hace reír, emociona, seduce los sentidos y, a fin de cuentas, deja con la boca abierta por su calidad, se debe -aparte de los méritos propios de esta laureada y ovacionada creación con 15 años en cartelera ininterrumpidos- a dos factores notables: que la producción la condujo con mano severa la maestra Baayork Lee, miembro del elenco original de 1975 y a cargo hace 25 años de sus reposiciones en el mundo, y puesto que tras el resultado hay un enorme y disciplinado trabajo de todo el equipo, tan riguroso como atento al pulido del detalle. Eso tenía que notarse.
Así, al balance se lo puede considerar un triunfo artístico de un nivel pocas veces visto en nuestro medio, sobre todo si se toman en cuenta los riesgos del propósito en términos de complejos arreglos vocales entrecruzando diversas líneas melódicas y enrevesadas frases coreográficas, sin contar la formidable capacidad aeróbica que exige a su nutrido elenco (diecisiete la mayor parte del tiempo en escena en su tramo central, más otros 10 en roles complementarios y suplencias) bailando con energía mientras a la vez cantan o hablan.
Esto es teatro en el teatro, un musical dentro de otro musical para hacer un exaltado homenaje al mundo del espectáculo desde atrás de las bambalinas. Un entrañable tributo, desde luego, a los sacrificados talentos que dan su vida por ocupar un lugar en la "línea del coro", a veces anónimo y mal pagado; abnegados obreros de la escena que nunca serán más que el marco para el lucimiento de la "estrella". Lo que vemos es básicamente la cruel y agotadora audición que elegirá el cuerpo de baile de un show en preparación, y algunos ensayos no menos estrictos y extenuantes de sus números principales, entreverados con monólogos de los bailarines que hablan de sí mismos a pedido del director, ubicado en alguna parte de atrás de la platea.
El "gran finale" con los ejecutantes enfundados en trajes dorados resulta de veras vibrante. Pero antes hemos conocido su trastienda: la despiadada rivalidad en un medio altamente competitivo; la lucha desesperada por obtener reconocimiento o, al menos, un trabajo con qué subsistir; el miedo a las lesiones y a una carrera muy breve. Y nos hemos asomado a la fragilidad del artista, con sus dolores personales, sueños e ilusiones truncadas. Queda claro que lo retratado, con textos inspirados en vivencias auténticas, es extensible a otros oficios. Agreguemos que "A Chorus Line" fue el primer musical de Broadway que osó tocar la temática gay .
El actor Felipe Ríos, como el director, da un sólido eje al relato. Los demás, en su mayoría, son bailarines de formación, lo que les da a sus confesiones particulares una frescura y sinceridad que desarman, permitiendo que realidad y ficción se confundan. Paul (Pablo Zamorano) compartiendo su biografía íntima nos pareció el momento actoral más entrañable de la jornada. Por cierto, en el conjunto hay un par de figuras que no están a la altura del promedio. En la función que vimos, la sección orquestal, antes de ganar seguridad, tuvo en el tramo inicial varios titubeos, particularmente en los bronces. Pero es el trabajo colectivo y sus logros no menos que grandiosos los que impresionan y hacen que uno salga de la sala con una sensación de gozo y secreto orgullo. Para no perdérselo, sin duda.