La primera imagen es el amanecer de una ciudad cubierta por la bruma. Es Santiago, por supuesto. En gran parte de esta película Santiago está hundido en la bruma, a punto de anochecer o derechamente oscuro. Es casi imposible que en esta ciudad no vaya a ocurrir una desgracia.
La historia arranca del caso del homicidio de Daniel Zamudio en 2012, que puso de relieve la violencia homofóbica en la ciudad. El caso real es solo un punto de partida, como en Aquí no ha pasado nada, como en Rara. El conflicto social entra al actual cine chileno solo por un momentito, para dejar paso a otras cosas, otras inquietudes, otros mundos.
Pablo (Andrew Bargsted) vive en esta urbe gris, en una Recoleta aún más gris, poblada por ladridos, grafitis y parques de mal ver (el patrocinio de esa municipalidad parece un acto de generosidad ilimitado), y enfrenta un problema: ser "demasiado gay", como le dice su amiga y confidente Mari (Astrid Roldán), testigo de sus esfuerzos por trasvestirse y de su sospechosa relación con un vecino, Félix (Jaime Leiva). En realidad, en el filme esa relación no es nada sospechosa: un par de escenas explícitas se hacen cargo de aclararlo. El "demasiado" se vislumbra problemático a los nueve minutos, cuando aparece por primera vez un muchacho que planta un aire de amenaza en una fiesta casera.
Pablo carece de madre. Vive solo con su padre, Juan (Sergio Hernández), un sesentón que trabaja en una fábrica de maniquíes y que se convierte en el protagonista exclusivo cuando sobreviene la desgracia, poco antes de la mitad del metraje. El taciturno Juan descubre de a poco lo que en realidad ya sabe: que no ha conocido a su hijo, que ha estado lejos de sus deseos, que ha simulado para no entender lo que no quería. La trama externa, "social", se convierte en un drama íntimo, el sufrimiento de un hombre que se enfrenta a la verdad cuando quizá es demasiado tarde.
Hay bastantes cosas sin sentido en esta película: el padre que cotiza cirugías estéticas cuando su hijo está en coma, el hombre que cree ser socio cuando en realidad no es más que un empleado de la fábrica o, en fin, esa misma fábrica de maniquíes que no significa nada a pesar de sus potencialidades fílmicas. Hay también algunas imágenes de gran fuerza, como el ballet en torno a "Ahora entiendo por qué tan oscuras llamas", una de las piezas del ciclo de Canciones a los niños muertos, de Gustav Mahler.
Sintética, concisa, inclinada a las elipsis narrativas -y en ese sentido antiliteraria, anti- declamatoria-, esta cinta marca el debut en la dirección del músico y cantante Álex Anwandter. Esta puede ser una explicación para que, en contraste con el desprolijo montaje visual, haya en cambio un sugerente montaje sonoro. A veces las películas se salvan por unos minutos de inspiración.