El macizo triunfo de Jorge Sharp -afuerino, independiente y muy joven- en las elecciones municipales de Valparaíso representa el grito de hastío de la ciudadanía contra las décadas de arrogancia política e incompetencia administrativa que tienen a la ciudad literalmente en la ruina. Los últimos quince años han sido nefastos: desde que fuera declarada Sitio de Patrimonio Mundial por la Unesco en 2003, Valparaíso no solo no ha logrado revertir sus históricas deficiencias de desarrollo urbano, sino que las ha agravado con decisiones absurdas o simple pusilanimidad. Ejemplos: en diez años no se logró poner en práctica un anunciado plan director de gestión del patrimonio; con el resultado de que las iniciativas privadas surgidas de manera espontánea en zonas de interés turístico, con su consiguiente tráfico descontrolado y proceso de "gentrificación", ya trastornaron barrios completos. En diez años no existió la menor voluntad de efectuar las modificaciones al plan regulador (incluidas moratorias de emergencia) que impidieran la aparición de numerosas y gigantescas torres de departamentos en el anfiteatro de Valparaíso, privatizando vistas y causando el horror y la ira de los vecinos. Con la lógica miope típica de municipios chilenos, en Valparaíso creyeron que alentar el negocio inmobiliario sin restricciones sería beneficioso para la ciudad, cuando, con una pizca de inteligencia y voluntad política, pudieron enseñarle al país y al mundo las alternativas de un desarrollo inmobiliario exitoso, de calidad y coherente con el paisaje patrimonial. Durante diez años desoyeron a ciudadanos, universidades y gremios locales que denuncian por ramplona la idea de que el único destino posible para la costanera de Valparaíso es construir un mall más, mientras el barrio comercial por excelencia, el histórico, apenas a dos cuadras de distancia, se desintegra en la miseria. El mall de Valparaíso son sus calles y sus barrios, ¡es ahí donde hay que hacer las grandes inversiones! El borde acuático, en cambio, debe ser espacio público genuino y con una clara vocación marítima. También por años han despreciado los ruegos por replantear el proyecto de ampliación del puerto, que pretende alterar brutalmente el paisaje de Valparaíso con un relleno de 18 hectáreas sobre la rada (leyó bien), terminando de divorciar la ciudad de su borde acuático. Esto, proviniendo de una empresa portuaria que no le tributa un solo peso a Valparaíso.
La lista de frustraciones y recriminaciones es larga, pero también lo es la de reivindicaciones y esperanzas. El primer paso es un clamor inaudito materializado hace unos días: un feroz portazo a los mismos de siempre y un voto de confianza a los que explican cómo lograrán un futuro mejor.