El arte tiene algo de "atrapasueños", ese artefacto capaz de filtrar los sueños dejando pasar solo los positivos, y dejando los malos atrapados en la red para desaparecer con la primera luz del alba. Una pesadilla puede ser una figura terrorífica que nos visita de noche. Otra pesadilla, en un ámbito más social, por ejemplo en la educación, puede ser una escuela sin alumnos o con casi ninguno. Aquí, dos compañías jóvenes nos atrapan en sus malos sueños.
Una escuela en el sur de Chile lleva por nombre El purgatorio; su nombre ya debería alertarnos de que algo va mal: es el espacio tomado por el Colectivo Teatral Momentos (CTM). En el programa se anuncia que el trabajo está inspirado en una noticia publicada en el año 2012 sobre el caso de Benjamín Guirguiruca, único estudiante de la Escuela Rural G-713, ubicada a tres horas de caminata de su casa en el sector de la cordillera de Nahuelbuta. La noticia gatilló todo tipo de titulares como: "No tengo a quién contarle mis vacaciones" o "Me copio a mí mismo". Esta anécdota, al mismo tiempo, relevó el trabajo de un profesor que era maestro en todas las materias, compañero de pupitre y guía de este joven alumno bajo la loable consigna: "Mientras haya un niño que necesite educación, la vamos a seguir ofreciendo. La educación es la mejor herencia, incluso en lugares apartados". En la boletería del Taller Siglo XX, donde el montaje está en cartelera, me he encontrado con dos alumnos, dos futuros profesores con vocación y compromiso, que van a ver la obra como una tarea de la asignatura que dicto; los miro de reojo durante la función.
Así es como esta propuesta se desliga del sentido épico de la historia para construir una sátira y deslizar una crítica sobre los posibles malos usos de la subvención estatal. Acá optan por instalar a un grupo de profesores, con un solo alumno mediocre, coludido y que mantiene una mafia, a partir de bonos y premios, hasta que un profesor de Santiago llega a desestabilizar la situación. La rivalidad entre la capital y provincia pone en el centro de la discusión la verdadera misión de la pedagogía con una sucesión de cuadros mordaces, disfraces y un final sorpresivo que se puede leer de muchas formas, pero que requiere más tiempo como desenlace.
Esta pieza, escrita por la actriz y periodista María José Pizarro ("Sé-name") y dirigida por Francisco Martínez, propone una inusual reflexión sobre el sistema educacional actual en Chile y critica, desde la comedia y la ironía, el modo de fiscalización en lugares apartados de las ciudades céntricas. El elenco, compuesto por Axa González, Cristóbal Goldsack, Ignacio Tolorza, Marcela Burgos, María José Pizarro y Max Salgado, da vida a esta sátira. Una sugerencia: es difícil hacer teatro, pero creo que no se debería descuidar el programa, el comunicado de promoción. Tan desvalorizada que está en Chile la figura del profesor, tan menoscabada en sueldos y en carga laboral, que merece todos los detalles.
Miro a mis alumnos y comentamos que quizás la educación, más aún en sectores vulnerables, es una tarea que se estrella contra la pared, que a veces se trata solo de salvar a un alumno. Porque incluso hasta en una sala atiborrada de alumnos solo uno de ellos nos escucha. O quizás nuestra vida depende de un buen maestro que nos guíe en medio de las pesadillas de la vida.
UN CLIMA DE ENIGMA. En el Teatro del Puente se presenta "El hombre de arena". Da la idea de que el montaje, basado en el cuento del autor romántico E.T.A. Hoffman en 1815, sería algo similar al "viejo del saco" en Chile, una figura que se transmite oralmente para inspirar miedo; en este caso, un sujeto horrible que tira a los ojos de un niño un puñado de su material para que los cierre y duerma. Pero esta ficción, montada por los relatos de su madre, no hace más que espantar aún más el sueño del niño, puesto que lo lleva a quedarse atento al destello que da la luz por la puerta entreabierta. En ese desvelo, él es testigo indirecto de la muerte de su padre.
En la adaptación del dramaturgo nacional Ronald Heim (con los excelentes montajes "Parir" y "Llegar"), y dirigido por Constanza Thümler, continúa su proyecto con el colectivo La Bestia de la adaptación de géneros literarios. Antes trabajaron con Edgar Allan Poe.
No es fácil adaptar al teatro un relato compuesto por tres cartas, pero el montaje -protagonizado por Mario Horton, Alejandra Oviedo y Felipe Ponce-, da atmósferas y otras perspectivas en un logrado clima de enigma. Ya no está solo la perspectiva del narrador de las cartas (de Nataniel a Lotario, de su novia Clara a Nataniel, y de Nataniel a Lotario) sino también el mismo Nataniel (Horton), el joven poeta traumatizado por la muerte de su padre, que comienza a ser habitado por sus miedos y fantasías confundiendo todo. Por medio de las revelaciones de Clara y Lotario se nos indica la oscilación entre la razón y el romanticismo, lo sobrenatural y lo concreto. Sin duda, la versión es confusa cuando se intenta relacionar las historias del hombre de arena, el padre y el señor Copelius. Ahí hay un nudo que desentrañar.
Durante el montaje a veces las escenas se congelan, cuando se lee la carta, pero luego se retoma el movimiento. Las actuaciones son finas, cautivantes. La escenografía es mínima, más bien se viste el espacio con la iluminación sugestiva y se agradecen los acordes de la violinista Ángela Sánchez en escena. Se crean momentos álgidos, tenebrosos y bellos para acompañar la progresiva pérdida de razón del atormentado Nataniel. En la escena final mi compañero de butaca lanza un gemido.
El problema de las pesadillas es que parecen reales. El teatro nos sirve de "atrapasueños" y para salir liberados.