¡Que despertar el de este viernes! Me recordó el Chile de comienzos de los setenta. Desde las seis de la mañana, radios y canales de televisión informaron sobre el inicio de un paro nacional, sobre barricadas, "miguelitos" y bombas molotov. También hablaban de disturbios, choques entre policías y manifestantes, quema de autobuses, violencia concertada, y desde La Araucanía llegaron noticias de nuevos atentados de corte terrorista. Al mismo tiempo, dirigentes anti AFP llamaban a tomarse calles, escuelas y universidades, a no ir a trabajar, a expresar "la bronca" e indignación contra las AFP, a desahogarse a como diese lugar, mientras otros pronunciaban incendiarios discursos en nombre de "el pueblo". La policía no daba abasto, el que quería seguir con su vida cotidiana estaba a merced de los revoltosos, y dio la impresión de que el Estado de Derecho marcaba ocupado.
¿Se trata de una etapa pasajera, facilitada por un gobierno con alto rechazo popular que ya no logra coordinar a sus parlamentarios, estamos ante un período transitorio que cambiará en año y medio más, cuando llegue la nueva administración, o este es el Chile que nos espera y al que hay que acostumbrarse a partir de ahora? ¿Habrá que despedirse del Chile sólido, estable e institucional, que en democracia aprendió a solucionar sus diferencias de forma consensuada, y que cosechó gracias a eso reconocimiento continental? ¿Debemos adaptarnos quizás a la idea de que este es el Chile en el que viviremos por mucho tiempo: inseguro en el ámbito público, odioso en la convivencia cívica, turbulento en la vida política, mediocre en los resultados económicos, salpicado de paros, huelgas y tomas? ¿Hay que hacerse a la idea a que así será de ahora en adelante en Chile, es decir, un país donde quien quiera lanzarse a la calle y tomársela para exigir lo que considera le corresponde, tiene pleno derecho a hacerlo, sin importar que perjudique la vida de millones que desean seguir trabajando o estudiando o que simplemente aspiran a vivir su vida cotidiana?
Los malos gobiernos no solo tienen un impacto deprimente sobre las personas que viven bajo su mandato, sino también sobre quienes viven bajo el gobierno que los sucede. Es un legado pesado, grisáceo y prolongado. Hoy se estima que tres de cada cuatro pesos de los los presupuestos futuros quedaran "amarrados" por los condicionamientos financieros que nos legará el gobierno de Bachelet. Será una hipoteca para la administración que asuma en 2018. Un lastre sensible, una mochila de plomo que obligará a la próxima administración a gestionar muy bien y a contar con capacidad de negociar, persuadir y alcanzar acuerdos transversales. Pero a partir de 2018 no se tratará solo de asumir el oneroso legado económico y financiero de la Nueva Mayoría, sino también la tóxica atmósfera de convivencia cívica que nos dejará.
Escuché azorado el viernes por la mañana a Luis Mesina, el líder del Movimiento "No+AFP" que intentó paralizar Chile ese día. En un inicio nos recordaba un pretor ufano por las acción intimatoria de sus huestes. Invitaba a todo el mundo a expresar la indignación, a sentir "bronca" y rabia contra el 5% que se llena hoy supuestamente los bolsillos a costa del 95% de los chilenos que sufre explotación y abusos, y hasta justificaba las expresiones de frustración que afloraban en las calles. Luego, cuando periodistas le hicieron ver los desmanes que estaban causando los suyos y el tormento que sufrían quienes deseaban continuar con su existencia diaria, se desentendió de la violencia. Sin embargo, no tardó en volver a sostener que comprendía la indignación de quienes obstaculizaban la vida de la mayoría que pretendía ir a trabajar o estudiar, y pronto terminó responsabilizando al Gobierno.
Las palabras de Mesina traen a la memoria las de Carolina Tohá cuando aspiraba a ser alcadesa de Santiago: también justificaba ella las tomas de liceos, sin imaginar que un día esas fuerzas, desatadas por completo, se volverían en su contra. Es lo que suele suceder: el populismo no logra controlar las fuerzas que el mismo conjura cuando abre la Caja de Pandora. Es más: el populista actúa creyendo que habla en nombre de "el pueblo" y que su causa es justa y mayoritaria. Probablemente Mesina postulará el próximo año a diputado o senador. Como lo demuestra la historia reciente, en la etapa del desprestigio de los partidos políticos, liderar movimientos sociales constituye un crucial trampolín al Congreso.
Si bien el crispado ambiente nacional puede recordar a algunos los años de la Unidad Popular, debe reconocerse que junto a las semejanzas también hay diferencias. De partida, con el desplome del comunismo mundial, ya no existe el mundo bipolar. Pero hay más: la derecha, la centroderecha, el centro y los liberales aún no se expresan con la misma nitidez con que lo hicieron entre 1970 y 1973. Por otra parte, las izquierdas de entonces conducían a sus bases y sabían que modelo querían construir. Hoy, debido a las redes sociales, esos partidos se ven superados por sus bases o divorciados de ellas, y se definen más bien en función de lo que rechazan -el denominado "modelo"-, pero sin alcanzar a plantear aquello que quieren, el Chile con que sueñan y los medios para hacerlo viable. Su retórica seduce, su capacidad de gestión plantea dudas. Al subrayar su rechazo y tratar de articular a sectores con intereses a menudo contradictorios, las izquierdas terminarán por ofrecer en las próximas elecciones un fragmentado menú de opciones que va desde el continuismo de las reformas de Bachelet (con mejor gestión) hasta el experimento social, inspirado en fracasadas experiencias regionales, que puede implicar un salto al vacío. Pero debido a la alta abstención de las recientes elecciones y a la carencia de nuevas propuestas, la oposición no puede cantar aún victoria frente a las vicisitudes por las que atraviesa la Nueva Mayoría.