José Luis Torres Leiva empleó por primera vez al documentalista Ignacio Agüero en
El cielo, la tierra y la lluvia (2008), interpretando a un médico. Volvió a ficharlo para
Verano (2011), esta vez como un hombre solo, y en
11 habitaciones en Antártica (2013), como un hombre que duerme, indiferente a su pareja. En 2013, realizó un documental televisivo sobre la obra de Agüero,
¿Qué historia es esta y cuál su final? Aquel año, el premio de Fidocs a la mejor película fue para
El otro día, de Agüero, y otro premio recayó en el documental de Torres Leiva acerca de Agüero.
De modo que no cabe duda alguna acerca de la admiración que Torres Leiva profesa por el gran documentalista chileno. No es una adhesión solitaria. Muerto Raúl Ruiz (para quien también actuó en tres películas), Ignacio Agüero ha sido ungido con una cierta
paternitas sobre los cineastas chilenos
millennials, los que empezaron a filmar después de los 2000. Pero una cosa es la admiración y otra el tributo. Digamos que estos homenajes son cine sobre el cine, ejercicios autorreflexivos que encima se realizan sobre un cineasta que ya es harto autorreflexivo y que ha hecho a lo menos dos largos sobre sus compañeros de oficio,
Como me da la gana y
Como me da la gana 2. Espejos reflejados, imágenes reproducidas hasta devenir espejismos.
El viento sabe que vuelvo a casa es otro documental de Torres Leiva con Agüero. Aquí el cineasta llega a la isla de Meulín, en el archipiélago de Chiloé, buscando la vaga historia de una pareja de jóvenes enamorados que huyó de sus familiares y desapareció en las islas. De tan imprecisa, la historia parece ni siquiera existir: nadie en la isla la conoce, nadie ha escuchado de ella.
Agüero conversa con los lugareños con su estilo divagatorio, sus preguntas personales, su curiosidad levemente distraída, ese interés difuso que hace parecer que no está entendiendo mucho. Los mejores documentales de Agüero son precisamente los que derivan de ese estilo: se desvían, cambian de tema, pierden su objetivo inicial porque tropiezan con algo mayor.
Torres Leiva apenas roza esta dimensión: le interesa más la relación del cineasta con el paisaje, los amplios cielos chilotes, el mar, las llanuras, el viento. Y -acaso porque sabe prestar atención a la línea del horizonte, como pedía John Ford, dado que el cielo y la tierra no pesan lo mismo- obtiene de estos momentos una rara similitud con la forma de metamorfosis dinámica que define al cine de Agüero.
Sin embargo, hay algo extraño: Torres Leiva, el campeón del plano secuencia, de la toma fija que se concentra en la duración y anula la idea de lenguaje, registra varias de las conversaciones de Agüero con recursos que son más bien clásicos del lenguaje: cortes, contraplanos, montaje, cosas que hacen pensar que, más que conversar realmente, Agüero está en una acción performativa, escasamente casual, lo que no ocurre en su propio cine. Quizá por eso los mejores momentos son con Agüero callado.
El viento sabe que vuelvo a casa
Dirección:José Luis Torres Leiva.
Con: Ignacio Agüero.
101 minutos.