Uno fue Presidente de Chile; el otro, del Colegio de Periodistas. Uno es un político tradicional; el otro afirma no ser político profesional. Uno es abogado y economista; el otro, periodista y sociólogo. Uno tiene opiniones de aquí a 30 años; el otro tiene apreciaciones generales de las cosas. Uno tiene por nombre Ricardo Froilán; el otro es Alejandro René Eleodoro.
Ambos aspiran a encabezar la Nueva Mayoría. Ambos aspiran a ser Presidente.
Y la gran pregunta que debe hacerse la coalición de Gobierno, o lo que queda de ella, es si inclinarse por uno u otro. Y la respuesta no es para nada obvia.
Hace tres años Lagos representaba la traición, la izquierda entregada al capitalismo. Eran momentos en que se juzgaba críticamente el período concertacionista. Transcurrido el tiempo, la cosa cambió. Al menos en parte.
Hay conciencia de que el diagnóstico estuvo mal hecho, que las soluciones a los problemas no eran fáciles y que el actuar del Gobierno ha sido débil. Hoy la Concertación se valora más que ayer. Y Lagos ha logrado reencantar a la vieja dirigencia de los partidos.
Lo de Lagos es la política tradicional. En eso se maneja bien. Ha logrado en poco tiempo apretar las teclas necesarias para ir despejando su nominación. El PPD primero. El PS después, pese a los rezongos de Isabel Allende. La DC no lo ha dicho, pero ve en Lagos al candidato que no tiene. Está por verse qué pasa con el Partido Comunista, pero su pragmatismo de puño en alto le permite tragarse sapos y culebras.
El problema de Lagos no está ahí.
Hace justo dos meses Lagos anunció "estar disponible" para ser candidato presidencial. Durante este tiempo el ex Presidente ha acaparado toda la atención mediática. Aprovechó incluso el cambio de gabinete para estar en la palestra.
La imagen de Lagos el miércoles pasado a la llegada a una conferencia de prensa no podía ser más decidora. Un pequeño charco de agua fue saltado con gran agilidad. Es que a Lagos no solo le sobran años: le sobra energía. Y no es lo único que le sobra. También le sobra inteligencia, habilidad y liderazgo. Pero le falta lo más importante: popularidad.
Hay que acordarse de que Lagos siempre ha sido mal candidato. Perdió el año 89 su carrera senatorial. El año 99 estuvo a punto de perder con una candidatura débil, como era la de Lavín. Hoy no va mejor encaminado en las encuestas. Y la encuesta Adimark conocida esta semana encendió las alarmas. La aguja no se movió un milímetro desde agosto pasado: el mismo 5% de los chilenos lo prefiere como el futuro Presidente.
La contraparte fue Guillier, que desde el mismo 5% llega al 15%, y se le acerca a Piñera.
Alejandro Guillier es hasta ahora un "no candidato". Es decir, su principal atributo está en lo que no es. No es un político tradicional. No se le conocen boletas. No fue parte activa de la Concertación. No está contaminado con el descrédito de la política. Su gran atributo es su pasado de periodista, en momentos en que la prensa y los fiscales son los grandes ganadores del río revuelto.
Quienes le piden a Guillier que se defina, probablemente seguirán esperando. Guillier seguirá haciendo gala de la vaguedad y utilizará el viejo ardid de decir que no es político. Más bien es "un periodista que circunstancialmente está dedicado a labores políticas". De cierta forma tiene en el recuerdo aquella frase del político estadounidense que hace casi 100 años dijo que "nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado". Es que Guillier ostenta un atributo de gran escasez en estos días: credibilidad, y ello no se puede manchar con política.
Quienes ningunean a Guillier están cometiendo un grave error. Pasó lo mismo con Bachelet I. Decían que su imagen no era nada más que una mujer que se subió a un tanque. Y la historia es conocida. Terminó siendo Presidenta dos veces. El ninguneo también lo sufrió Lavín. Decían que era populista. Que era una flor de invernadero. Y casi fue Presidente...
Lagos, por el contrario, ha jugado en los cánones tradicionales. Ha ido corriendo el discurso a la izquierda para tratar de sintonizar de mejor forma con el electorado de la Nueva Mayoría, probablemente teniendo en la cabeza aquella vieja frase atribuida a Perón que "el poder es como el violín, se toma con la izquierda y se maneja con la derecha". Pero de cierta forma sufre el efecto de Hillary Clinton en Estados Unidos: tiene demasiado olor a
establishment.
Falta sólo un año para las próximas elecciones. Piñera -listo para ponerse su parka roja- tiene la primera opción. Pero el partido no está jugado. La Nueva Mayoría deberá definir si sigue con respiración artificial hacia adelante, si el matrimonio mal avenido puede continuar habitando el mismo techo y, fundamentalmente, deberá elegir entre los dos únicos nombres que tiene: Lagos o Guillier. Esa es la gran pregunta.
Y la respuesta no se juega ni por mérito ni por prestancia. Se juega por popularidad.
Así es la política.