La nostalgia es un sentimiento que debería ponerse de moda.
Cada día el pasado pierde valor; al menos el pasado de las personas.
Antes, escuchábamos embelesadas los relatos de nuestras abuelas, sus carruajes, por ejemplo, que parecían sacados de libros y que nosotros nunca tuvimos ni salimos a pasear en ellos. Las formas de coquetear, la libertad de hacer maldades, el valor de la originalidad, en fin, tantas cosas.
Hoy vivimos en un mundo normado, castigador y todos tenemos que ser más o menos iguales porque lo peor que nos puede pasar es que nos marginen por ser distintos.
El tiempo gira en un solo sentido y, por ende, calificar y quejarse de los espacios perdidos es inútil. Pero nunca pierdo la esperanza de que llamar la atención sobre las crecientes pérdidas de libertad individual pueda crear espacios más sanos.
No hay una sola manera de ser psicológicamente sano, aunque la proliferación de la psicología de consumo nos llene de ideas que pueden o no ser ciertas, pero que respetan poco la individualidad.
No hay una manera de ser mamá; hay miles o millones. No hay una manera de ser buena; hay miles. En realidad, no hay una manera de hacer nada humano que pueda replicarse con exactitud. Las máquinas en eso son magníficas, nos dan la certeza de que si hago A, entonces pasará B. Pero, hagamos lo que hagamos, los seres humanos son únicos, y los son porque son complejos.
Cuando alguien me ha preguntado cuál es el dolor más grande que yo veo en mis pacientes, sean del grupo socioeconómico que sea, contesto siempre: la búsqueda de ser como todos, el miedo a ser distintos.
¿Cómo construimos una familia, un colegio, un universo, un país, un planeta que frente a los cambios vertiginosos reacciona dando soluciones iguales psicólogapara todos? No hablo de las normas institucionales, no hablo del estado de derecho, no hablo del comportamiento público. Hablo de la identidad. ¿Cómo construimos identidad, si ser distinto es entre peligroso y solitario?
Todos queremos pertenecer, somos gregarios. Pero la condición para pertenecer y no estar solos no puede ser la definición de la normalidad como si fuera un silabario para aprender a leer. Si no asumimos la libertad como un bien, no solo como una condición para consumir, sino para ser, vamos a tener un país de personas cada día más enfermas. Bien portadas la mayoría, violentos otros. Pero contentos, pocos.