Una buena porción del discurso que en estos días se articula en torno a la promoción del cine chileno alude a su constante y saludable presencia en importantes festivales extranjeros, a la alta demanda por nuestros realizadores más exitosos y a un promedio de producción anual que se acerca al medio centenar de títulos. Todas buenas noticias, por cierto, pero en medio de todo eso hay otro fenómeno -tal vez menos vistoso-, pero cuya reiteración lo está volviendo tendencia: el uso de historias reales como material creativo.
Años después de un intenso giro hacia la intimidad, los relatos mínimos y una que otra excursión contemplativa, el audiovisual nacional ha comenzando a rescatar personajes históricos ("Neruda"), casos criminales ("El Tila") y de abuso ("Karadima"), episodios que conmovieron a la opinión pública ("Nunca vas a estar solo" y "Jesús", ambas inspiradas en el asesinato de Daniel Zamudio) o que la indignaron ("Aquí no ha pasado nada", concebida a partir del proceso contra Martín Larraín). Todas cintas estrenadas en el último año y medio. ¿Coincidencia? Lo dudo. Es lógico que, cual más cual menos, estas y muchas otras producciones aún en curso estén dando cuenta de un serio intento por acercarse a una audiencia que aún no tiene a las películas chilenas como primera opción a la hora de comprar entradas al cine. Pero claro, no todo se reduce al frío cálculo sobre los temas que engancharán o no al público, y ello es evidente en el caso de "Rara", la ópera prima de Pepa San Martín.
A pesar de que usa como punto de partida el combate legal emprendido en 2004 por la jueza Karen Atala -después que su ex marido ganase la custodia de sus hijas basándose en la orientación sexual de su madre-, la película no gasta un minuto de metraje en la crónica judicial. Lo que le interesa, en cambio, es aplicarse a fondo al reflejar la cotidianeidad de una familia cuya particularidad no es solamente funcionar con dos mamás, sino tratar de hacer frente y comprender las transformaciones que comienzan a afectar a Sara, la hija mayor, que a sus 13 años está viviendo los inicios de la pubertad.
De hecho, esa es la "rareza" a la que alude el título: los impulsos, los bruscos cambios de ánimo, la incomodidad que esta niña (interpretada por Julia Lübbert) comienza a sentir no solo de cara a su familia, a su casa y su colegio, sino frente a un mundo que, escena tras escena, va desplegándose de formas nuevas y extrañas; a ratos, incomprensibles. Al adoptar la perspectiva de Sara, al seguirla en su deambular por los pasillos de la escuela, al registrar las miradas que lanza al chico que le gusta, los cuchicheos con sus amigas y su lazo cómplice con Catita, su hermana menor, la cinta consigue hacer suya la esquiva fragilidad que emana hacia el final de la infancia: un sentimiento lo bastante intenso y feroz como para dejar todo lo que nos rodea en suspenso, convertido en un lejano eco. Y eso incluye a unos padres que -muy en segundo plano- comienzan a pelearse por ti, a definir cómo y con quién vivirás, a determinar qué clase de persona serás en el futuro.
No se trata de que los adultos del filme aparezcan ausentes o retratados como fantasmas, sino que este sugiere con mucha perspicacia que las preocupaciones, motivos y querellas de los grandes pueden ser lo bastante confusas y venales como para volverse invisibles ante la mirada del niño. Esto, hasta que revientan de golpe. Atroces y dolorosas.
Rara
Dirección de Pepa San Martín.
Con Julia Lübbert y Mariana Loyola.
Chile, 2016,
88 minutos.