Si bien no hay receta exacta para alcanzar el desarrollo, sí existen ingredientes que deben ser evitados si se quiere avanzar en esa dirección. Así que me voy a ir por lo seguro. ¿Por qué triunfan las naciones? Porque evitan ingerir lo que Chile se ha tragado una y otra vez desde el 2014: reformas institucionales contrarias a su cultura.
Es poco común que los economistas prestemos gran atención al concepto de "cultura". De hecho, el gran Robert Solow, Nobel de Economía 1987, dijo alguna vez que todo intento por utilizar la cultura para explicar diferencias en crecimiento entre países termina siendo simplemente sociología barata. Una visión extrema, probablemente motivada por la fascinación de la profesión con el rol de las instituciones como motores del desarrollo. Es que desde allí, pensamos, se alinean los incentivos, se impulsa la innovación, se premia el esfuerzo y se generan las confianzas.
Pero ¿de dónde vienen las instituciones? ¿Cuán importante en su desarrollo es el conjunto de creencias, valores y preferencias que determinan nuestro comportamiento diario y que se transmiten socialmente? En otras palabras, ¿cuál es el rol de la cultura en la formación de instituciones y, en último término, en el desarrollo de un país?
En su más reciente libro, "A Culture of Growth", el genial economista Joel Mokyr se hace cargo de estas preguntas, entregando una innovadora perspectiva de los factores clave tras el éxito de las naciones. Muy en su estilo, basado en un impresionante análisis histórico del proceso de desarrollo económico europeo, Mokyr demuestra un punto tan obvio como fundamental: el éxito del Viejo Continente fue el resultado de un virtuoso alineamiento de cultura e instituciones. En breve, desde la Ilustración, la cultura evolucionó sustentada en la búsqueda del progreso social y avances prácticos. Las instituciones, por su parte, tuvieron que ajustarse constantemente a los nuevos tiempos. ¿El resultado? A través de los años, la cultura legitimó a las instituciones. Luego, el mismo proceso facilitó los cambios culturales necesarios para alcanzar la meta del desarrollo. Voilà!
¿Por qué es esto relevante para Chile? Porque hasta el 2014 la misma conversación entre cultura e instituciones se escuchaba en el país. Sin embargo, sorpresivamente fue reemplazada por el griterío de un proceso transformador desconectado de nuestra realidad. Y su costo ha sido alto: el país no solo retrasó su arribo al desarrollo, sino que también tendrá que trabajar más duro para alcanzarlo. Por eso el desafío para el próximo Presidente será titánico: reencauzar la conversación entre cultura e intuiciones y, al mismo tiempo, apaciguar las desbocadas expectativas resultantes de un proceso transformador errado. En este sentido, las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales no serán elecciones cualquiera. Sus resultados determinarán si Chile finalmente entrará a la pequeña liga de naciones triunfantes.