Señor Director:

Minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Santiago, los pasajeros somos instruidos de prestar atención a un video del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), que comienza con un gentil mensaje de bienvenida, donde se muestra un país orgulloso, amigable, limpio, puro, incontaminado y respetuoso de sus normas, y que concluye con una suerte de advertencia de que en Chile se fiscaliza y castiga enérgicamente a quienes incumplen las normas sanitarias.

Una vez arribado hasta el control del SAG, todo bien y parecido al video.

La dura realidad comienza abruptamente si uno compra un viaje, en el mostrador ubicado inmediatamente a continuación del SAG, en un "taxi oficial", ya que luego de pagar, al salir a la calle, en medio de un ambiente caótico de empujones y gritos, se advierte que los chilenos no son tan amables y respetuosos como los del video, y que la mayoría de los taxis (¡oh, sorpresa!) circula sin patente para no pagar la autopista.

Si uno se queja y exige un auto en regla, recibe insultos.

Si uno pide a Carabineros que fiscalice, el asunto se complica tanto que llueven las amenazas y uno debe arrancar del lugar para no ser atacado físicamente por los taxistas, en medio de las explicaciones de los carabineros de que "estamos en Chile, y de qué se le va a hacer".

Por si esto fuera poco, camino a Santiago, circulando por la Costanera Norte, uno recorre algo más de 10 km en que por un lado hay un río transformado en vertedero, y por el otro, una caletera transformada en vertedero.

Cuán distinto es nuestro país respecto de aquel prístino, ordenado, respetuoso y fiscalizado que se nos presenta a bordo.

Mathias Klotz