Es necesario temple, fortaleza y algo de "cara dura" para recibir, sin mover un músculo, el inesperado calificativo de "mujer tan desagradable". Se dice que la política es "sin llorar", y Hillary Clinton demostró que es capaz no solo de no derramar ni una lágrima -al menos en público y frente a su tenaz opositor Donald Trump que la interrumpía sin descanso-, sino de contraatacar con tanta fuerza que lo desestabilizó hasta hacerlo perder la compostura, mientras la culpaba de todos los males de EE.UU. en los últimos 30 años.
Cierto, ella es ambiciosa y obstinada. Ha querido triunfar en política desde siempre. Baste recordar que cuando Bill ganó la presidencia, se atrevió a decir, sin pudor, que habían elegido a dos con un solo voto. La humildad le llegó, a medias supongo, después del fracaso rotundo de su proyecto de reforma a la salud, al que aludió con humor en otra confrontación con Trump. Con perseverancia volvió a la palestra apenas dejó de ser Primera Dama. Hillary, sin duda, es una mujer excepcional no solo por su capacidad intelectual, de trabajo y para conectar con ciertas audiencias. Como senadora tuvo un reconocido desempeño, como secretaria de Estado (¡qué difícil en época de guerras!) asumió retos imposibles, y en las primarias demostró una nada despreciable habilidad política.
Pero hay lados oscuros que nublan su pasado, y Trump se aprovecha de ellos. Caso Whitewater, cuando Bill era gobernador de Arkansas y ella una destacada abogada; caso Lewinsky; cuentas poco transparentes de la Fundación Clinton, con aportes de países no democráticos, y luego, la supuesta mentira al FBI sobre los correos eliminados de su servidor privado. Y ahí uno se pregunta cómo puede ella ser la mejor opción para el sillón de Washington.
Sí, es verdad, son fallas graves para quien quiere ser Presidente del país más poderoso del mundo. Al margen de su coraje y de que dejó fuera de carrera a seis precandidatos demócratas, incluido Joe Biden, que ni se atrevió a competir, Hillary llegó donde está porque tiene al frente a un bufón racista, xenófobo y, sobre todo, sexista.
El comentario "qué mujer tan desagradable" fue una prueba más de la poca valoración de Trump por las mujeres. En un momento crucial de su campaña, cuando necesitaba conquistar desesperadamente el voto femenino, su desprecio es más poderoso que su instinto político. Si no se preparó para contener cualquier comentario de naturaleza antifemenina, sería un amateur , pero lo probable es que sus estrategas lo entrenaron para que se reprimiera. Igual él no lo hizo, porque su falta de respeto hacia las mujeres (aunque él diga lo contrario) parece ser incluso mayor que su ego. De otra manera, cómo se entiende que confesara que no se disculpó ni siquiera con su mujer por las acusaciones de acosos sexuales porque, dijo, no existieron. O que dejara en ridículo a su mujer bromeando sobre el discurso plagiado a Michelle Obama.
Esta parece una buena razón para que Hillary, con todas sus fallas, sea mejor opción que Trump para ganar las elecciones.