Victoria (Laia Costa) es una joven española que lleva tres meses en Berlín, trabaja en una cafetería y aún no ha hecho ningún amigo. En esas condiciones conoce a una pandilla de berlineses que quiere completar una noche de juerga callejera. Atraída por el líder del grupo, Sonne (Frederick Lau), Victoria entra a un mundo oscuro y violento.
El actor y director alemán Sebastian Schipper decidió rodar los 138 minutos de este relato en un solo plano continuo, una proeza ejecutada por el director de fotografía y camarógrafo Sturla Brindth Grøvlen. No hay razón para no creerles que el plano no tiene ningún solo corte, aunque hay varios momentos de total oscuridad que harían posible alguna maniobra técnica. Visualmente, se trata sin duda de un solo plano, lo que también significa que el relato se desarrolla en tiempo real, entre alguna hora tardía de la noche y el amanecer. En su recorrido por el Berlín nocturno, la cámara se establece en no menos de 20 locaciones, manteniendo su agilidad y su urgencia.
La película se inicia en una discoteca subterránea desde donde, después de bailar a solas, Victoria emerge -literalmente- hacia la ciudad, en medio de una pandilla que intenta entrar sin pagar. Es el mismo grupo de cuatro amigos que la intercepta en la salida. Victoria acepta acompañar al grupo, que poco a poco revela su origen pobre y su vida en la marginalidad. Casi todos han tenido experiencias delictivas y uno de ellos, Boxer (Franz Rogowski), ha pasado una temporada en la prisión. Victoria dice poco de sí misma, excepto que vio frustrada una carrera como pianista, en el momento más conmovedor del metraje.
El plano continuo confiere a esta deriva nocturna una densidad particular y cierto aire de desgracia inminente: lo que ocurre sin pausa no convoca a la normalidad, sino, por el contrario, a la idea de que cualquier cosa puede reventarla en cualquier momento. Es una densidad cargada de ansiedad.
La cinta se parte en dos en la mitad exacta del metraje: después del vagabundeo, se inicia una intriga policial completamente diferente, con una intensidad y una velocidad distintas. Este salto sería un riesgo en cualquier película, pero Schipper logra salvarlo sacrificando parte de la verosimilitud, esto es, abandonando la precisión en los detalles en favor de la carga dramática.
A pesar de que la cámara nunca la abandona, el principal misterio de la obra es la propia Victoria, cuyas motivaciones resultan opacas, casi indescifrables. Es otro de los sacrificios, en este caso el más importante, que envuelve la obsesión con una proeza técnica, que inevitablemente implica cierta creencia en que la técnica puede ser un fin en sí misma.
Pero igual es una proeza.
Victoria
Dirección:
Sebastian Schipper.
Con: Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Burak Yigit, Max Mauff, André Hennicke.
138 minutos.