Si algún guionista hubiera presentado una película que contuviera todos los elementos que ha vivido la política chilena en los dos últimos años, se le habría rechazado por fantasiosa. El hijo de la Presidenta, los principales políticos, los principales empresarios, correos electrónicos y boletas. Demasiada promiscuidad. Demasiado incesto.
Y si el guion hubiera terminado en la pelea fratricida entre el Servel y el Registro Civil, culpándose por el padrón electoral, habría sido considerado un final absurdo.
Pero hay veces en que la realidad supera la ficción. Y este es uno de esos casos.
Al igual que en la novela de Vargas Llosa "La tía julia y el escribidor" -donde a Pedro Camacho se le mezclan los protagonistas de los distintos cuentos-, estamos viviendo el desvarío de direcciones que no se juntan con las personas, culpabilidades cruzadas y declaraciones incendiarias.
El domingo de las elecciones, durante todo el día -mientras los canales tienen que rellenar antes de que aparezcan los resultados- se nos presentarán todo tipo de casos de personas que las cambiaron de domicilio. Algunos ya los hemos conocido. Otros están por venir. A uno que lo cambiaron a la Antártica, a otro a Isla de Pascua y a otro no solo lo cambiaron a Arica, sino que además ¡lo nombraron vocal!
No hay dudas: el desprestigio de la política se va a ver incrementado. Ya no solo con la alta abstención, que evidentemente ocurrirá, sino que por el manto de duda que circundará los resultados.
De nada servirá argumentar que desde el punto de vista estadístico, lo probable es que los errores hayan sido distribuidos aleatoriamente, perjudicando o beneficiando por igual. La duda quedará instalada. Y -lo que es peor- en algunos casos sí puede determinar la elección. Por ser una votación municipal, en muchas de las comunas las elecciones se deciden por un puñado de votos. Y si no la decide, al menos los perdedores tendrán la excusa perfecta.
La pelea entre el Registro Civil y el Servicio Electoral es inédita. La última gran pelea que habíamos visto entre un organismo autónomo y una entidad del Estado había sido en 1998 entre el Ministerio de Hacienda de Aninat y el Banco Central de Massad. Pero esa fue una pelea de otra prestancia. La capacidad de gasto fiscal, el tipo de cambio, la tasa de interés. Ahora, en cambio, la pelea que estamos presenciando entre el Servel y el Registro Civil es brutalmente pedestre: "quién apretó mal la tecla".
En la famosa novela "Los Novios", Manzoni describe la gran epidemia de cólera en la Milán del siglo XVII. Ante la incapacidad para entender la procedencia del terrible flagelo, la reacción consiste en negar primero su presencia y luego en atribuirla a las causas más absurdas. Algo de eso hemos visto en este episodio. Y a una semana de la elección, todavía no sabemos qué pasó.
Pero más allá de lo anterior, hay al menos dos cosas más que parecen inaceptables respecto de las explicaciones dadas.
En el Registro Civil, su director se desentiende del problema culpando a la administración anterior. La paradoja es que no es el "gobierno anterior", sino que la administración anterior del Registro Civil de este propio gobierno. Culpar al funcionario precedente puede ser una buena excusa al interior del organismo, pero no es una explicación satisfactoria para la ciudadanía.
En el Servel, su presidente, Patricio Santa María, afirma que la alta abstención de la próxima elección será culpa de la corrupción, y no del problema del padrón. Los consejeros del Servel debieran ser políticamente agnósticos y emocionalmente asexuados. Pero aquí tenemos el caso contrario. El presidente y algunos de sus consejeros se han transformado en analistas políticos, lo que a lo menos devela un problema de prudencia.
Más allá de las declaraciones y más allá de cómo van a afectar el resultado, el bochorno del padrón electoral nos debe recordar -una vez más- los problemas estructurales que suelen tener los Estados (John Stuart Mill ya nos alertaba de que las actuaciones del Estado suelen llegar tarde o suelen ser negativas). Tal como lo vemos en las cárceles, en los hospitales, en el Sename y en muchas cosas más. Caer en el fundamentalismo del mercado es un error (porque, por lo demás, el mercado tiene sus propias fallas), pero el caso del "padrón del mal" nos debe servir como recordatorio de que antes de encomendarle cualquier misión al Estado, al menos hay que contar con una buena cuota de escepticismo respecto de su capacidad de hacerlo bien.