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Editorial
Domingo 25 de septiembre de 2016
La semana política
Enríquez-Ominami terminó levantando un discurso de supuesta "pureza" y diferenciación frente a las dirigencias tradicionales, sumidas estas -de acuerdo con dicha visión- en una espiral de entreguismo político y hasta ético...
ME-O y el infantilismo revolucionario
Hijo de una historia trágica, Marco Enríquez-Ominami ha desarrollado una carrera política no sustentada ni en la imagen de su padre muerto ni en la odiosidad o el resentimiento que tantos réditos han traído a otros. En cambio, se ha presentado como portador de una promesa de frescura y renovación que tal vez -y paradójicamente- tuvo su mejor expresión antes de convertirse en una figura nacional, cuando, siendo un miembro más de la bancada de diputados del Partido Socialista, impulsaba sus ideas a través de la insistente presentación de proyectos de ley; aunque ya entonces cultivaba un perfil díscolo, lo hacía dentro de los cauces institucionales y evitando mesianismos. Algo de eso cambió luego de su irrupción en la carrera presidencial de 2009. Con la Concertación viviendo sus momentos postreros y cruzada por rencillas, ME-O -ya distanciado del PS- capitalizó ese descontento y también la falta de convicción del conglomerado respecto de su propio postulante, el ex Presidente Frei. La misma oferta de frescura, en contraste con la imagen de quien ya había gobernado el país, le permitió alcanzar una sorprendente votación, de más del 20%, inédita para alguien de tan breve trayectoria, y modelo para quienes con posterioridad se han embarcado en aventuras similares.
También en esa campaña, Enríquez-Ominami (en un ejemplo igualmente seguido luego por otros) terminó levantando un discurso de supuesta "pureza" y diferenciación frente a las dirigencias tradicionales, sumidas estas -de acuerdo con dicha visión- en una espiral de entreguismo político y hasta ético. Se trata de un planteamiento denotativo de una suerte de infantilismo revolucionario: la idea de que es necesario barrer con los liderazgos y estructuras existentes, para, sin atención a la realidad, hacer posible entonces un nuevo comienzo. No es casual que el programa de la Nueva Mayoría -formada precisamente como reacción a la derrota de la Concertación en 2009- trasunte mucho de esa misma actitud, y que el propio ME-O haya hecho notar cómo el gobierno de Michelle Bachelet terminó recogiendo varias de sus banderas. Sí es revelador que tales banderas, que parecían inicialmente muy populares, se hayan traducido en reformas que hoy la ciudadanía rechaza.
Un declive progresivo
Igualmente sintomático resulta que la trayectoria de Enríquez-Ominami posterior a su primera candidatura presidencial haya marcado un progresivo declive. En 2013, su votación se redujo a la mitad, enfrentado a la aparición de otro postulante (Franco Parisi) que intentó explotar las banderas de la antipolítica y que, luego de lograr relevante apoyo en esa elección, terminó envuelto en denuncias de irregularidades. A su vez, el partido creado por ME-O, el Pro, si bien ha venido participando en sucesivos comicios, aún no logra consolidarse como una corriente con identidad y liderazgos propios, y no un mero instrumento funcional a su fundador.
Hoy, las investigaciones de la fiscalía sobre financiamiento ilegal de la política (en el marco de las cuales se ha anunciado su formalización por delitos tributarios) y la revelación periodística sobre el uso durante su campaña de un avión aparentemente facilitado por una empresa brasileña involucrada a su vez en escándalos de corrupción, tienen al ex presidenciable viviendo su peor momento político. Ciertamente, será la justicia la que finalmente determine si Enríquez-Ominami ha incurrido o no en acciones reñidas con la ley, y mientras ese pronunciamiento no ocurra corresponde reconocerle y respetar el principio de presunción de inocencia. Con todo, tratándose de una figura pública que ha buscado desempeñar las más altas magistraturas, cabe también al país demandar cuenta de sus actos, más allá de la calificación judicial que finalmente merezcan. En efecto, todo líder político en una sociedad democrática se encuentra sometido a estándares de responsabilidad superiores a los del resto de los ciudadanos. Quien aspira a recibir la confianza de los chilenos para dirigir el país (como ME-O acaba de reiterarlo la semana pasada) no puede limitarse a afirmar que aclarará su situación en tribunales y que es víctima de una operación política, sin dar una explicación razonada de los hechos que lo tienen bajo cuestionamiento.
Complejo "enamoramiento" político
Desde una perspectiva más amplia, la situación del ex presidenciable debe dar pie a una reflexión respecto de aquellos liderazgos que reclaman para sí los estandartes de la pureza y pretenden a partir de ello erigirse en severos jueces del resto de la clase política. La experiencia que el país acumula a este respecto muestra que esos supuestos jueces del resto suelen situarse a sí mismos por encima de cualquier regla y terminan así justificando acciones que repudian en los demás.
Lamentablemente, parece haber una tendencia persistente en ciertos sectores de la opinión pública a abrazar este tipo de liderazgos, de escasa densidad y fuerte carisma. Se trata de una suerte de "enamoramiento", a menudo fugaz, pero de complejas consecuencias