Según la mitología griega, Narciso es castigado a enamorarse de su propia imagen que ve en una fuente de agua y a la cual no puede acceder porque se desvanece cada vez que la toca.

En rigor, el narciso tiene una enorme admiración por sí mismo, gran amor por su propia persona, lo que lo hace amar a otros con dificultad. Porque su verdadero amor es él mismo.

El castigo de Narciso no es solo no poder acceder nunca a la figura amada, no poder acariciarla ni escucharla; es la enorme soledad que esta condena implica. Estar enamorado sin acceso al objeto amado es un dolor muy grande, para todos.

Los narcisos suelen por ende tener la autoestima baja, aunque en apariencia uno diría lo contrario. Son egocéntricos y orgullosos, no son felices, no pueden hacer felices a otros, porque no pueden considerar las necesidades de los demás y los sentimientos ajenos.

Dan rabia. Impotencia. Producen soledad y dolor.

Yo creo que tendríamos también que tenerles pena. Porque en el fondo, más que buscar alegrías y vínculos íntimos y satisfactorios, son adictos a la búsqueda de afirmación. Cada otro que encuentra en el camino es una posibilidad de autoafirmarse. El otro es un medio. ¿Cómo puede entonces verlo y quererlo?

La tendencia al narcisismo, no al patológico, al enfermo irremediable, sino que a las características predominantemente narcisas, va en aumento. Parece una locura, pero así es. Mientras más solos están los seres humanos, mientras más dura es la vida y el éxito, mientras menos durables son los vínculos, más asustados estamos y por ende más preocupados por nosotros mismos.

La necesidad de afirmación es hoy una constante. Quiero que me vean, que me vean de verdad, que me consideren, que me respeten, que me admiren, que me cuiden. Pero están todos tan apurados buscando lo mismo, que cada vez hay menos espacio para dárselo a otro. No en la seducción, no en la buena educación, no en la relación oportunista para seducir a otro al que necesito por prestigio, dinero, trabajo.

Uno adquiere autoafirmación en vínculos recíprocos, pero gratuitos. Es eso lo que parece haber disminuido en el mundo de hoy. Cada uno busca la felicidad con desesperación, y se nos ha olvido que aquello más importante que la felicidad es la gratuidad y estabilidad de los vínculos que desarrollamos.