Señor Director:
Aprecio también el modo amable en que el
padre Percival Cowley aclara su postura. Sin embargo, me siento obligado a advertir algunas confusiones que, en mi opinión, persisten en sus planteamientos.
1. De modo general, en su legítima inquietud por que la sociedad acoja la complejidad de las "tres causales" y los dramas que conllevan, termina por subordinar la consideración de la bondad o maldad objetiva de los actos al juicio que se pueda hacer de la culpabilidad o inocencia de quienes los realizan. La forma en que la ley se hace cargo de ambas dimensiones siempre ha sido mantener la condena del acto criminal, haciendo espacio a atenuantes e incluso eximentes de responsabilidad en razón de las circunstancias subjetivas. Lo que nunca ha admitido es suprimir a un ser humano para aliviar los dramas de otros, por grandes que sean.
2. La conciencia moral, según Santo Tomás (a quien cita el padre Cowley), no es la última norma de la moralidad en sentido absoluto, sino solo la última norma subjetiva. Esto significa que nadie obra bien si no sigue honestamente su conciencia. Sin embargo, seguir honestamente la propia conciencia quiere decir abrirla al descubrimiento del bien objetivo. Es este, por tanto, la última norma moral en sentido absoluto, pues la misma conciencia debe buscar adecuarse a él. Así, la conciencia moral está por sobre la ley humana, incluso eclesiástica, pero no sobre esta "ley". En cualquier caso, lo relevante para un sacerdote o fiel católico no es que lo diga Santo Tomás, sino que es también la enseñanza del Magisterio.
3. Lamento, lo mismo que él, que muchos en la derecha no hayan obligado a su conciencia a mirar en la dirección correcta durante el régimen militar, pero también lamento que ciertos elementos básicos de la vida de la Iglesia, como el conocimiento de la doctrina, la oración personal, la práctica asidua de sacramentos y la defensa de la vida, se hayan convertido en una suerte de "marca de clase" de la derecha y de la clase alta. Sin embargo, la culpa no es de la derecha ni de la clase alta. Sobre esto, el clero debería hacer un profundo "examen de conciencia".
Santiago Orrego
Instituto de Filosofía UC