El segmento final de un día, de una vida, de un viaje o de un gobierno puede ser la oportunidad de una plenitud inesperada.
El inicio de la despedida, lejos de considerarse como el melancólico comienzo de una etapa vacía, mero anticipo del término, abre un espacio de soleada quietud que puede ser terreno fértil para lo mejor de la cosecha.
Las presiones externas se relajan, las grandes ambiciones parecen niñerías, las miradas vigilantes se dirigen hacia otros, hacia aquella marea que se apronta a precipitarse con el entusiasmo algo iluso del comienzo que todavía no llega. Lo que resta del día es la mejor hora y la vitalidad modulada por la experiencia es la ocasión de una fértil espontaneidad.
Es lo que no percibe Stevens, el gran mayordomo de la novela de Kazuo Ishiguro, que lleva el mismo título de esta columna. Su tragedia radica en su obstinada ceguera ante este llamado de la hora postrera y en su obsesivo apego al "programa" de su vida.
En poco más de un año, en Chile habrá elecciones presidenciales. Resta poco, en verdad. Como muchos otros se me ha pasado por la cabeza que la Presidenta debe estar deseando que ese tiempo, lo que resta del día, pase lo más rápido posible.
No ha sido, sin duda, un gobierno agradable de vivir, y es razonable, como cuando nos embarcamos en un viaje que en los prospectos parecía una promesa de felicidad y en los hechos resulta un fiasco, que nos atrape un humor oscuro, irritación y terquedad. No obstante, ello significa dar la espalda a esta gran oportunidad de realización -"kairos" lo llamaban los antiguos griegos- que se halla a la mano en "lo que resta del día".
Me gusta cómo está terminando su gobierno el Presidente Barack Obama. Lo vi alegre, relajado, ocurrente en el ruidoso
show de Jimmy Fallon. No lo reconocí, creí que era un doble cuando, al exquisito ritmo hiphopero de The Roots, iba respondiendo entonadamente a las críticas sarcásticas que el conductor y los músicos hacían de sus "logros" gubernamentales. Pensé que eso era civilidad: disponibilidad a reírse de sí mismo, capacidad para comunicarse con el público a través de una refinada expresión musical, desplante y espontaneidad.
Este gobierno puede también terminar muy bien y ello depende, fundamentalmente, de la actitud que adopte la Presidenta de la República.
La clave podría estar en desanclarse de la neurótica obsesión por el cumplimiento de un programa fraguado por otros y que nadie conoce ni exige. Ya se puso en marcha demasiado del mismo; es la hora de dejarlo ir y dar paso a la espontaneidad, a la intuición razonable, modesta, relajada, que conduce, orienta, arbitra; en fin, es hora para dejar salir la propia voz.