Felipe Cusicanqui, artista chileno con cerca de 40 años, emprende un viaje.
Es arduo llegar. El destino final es Calacoto, un barrio al sur de La Paz, pero antes está el tren o un bus o lo que sea, para surcar los salares y el altiplano, porque debe cruzar los pequeños pueblitos bolivianos de Uyuni, Charazani, Panduro o Tiquina.
El viajero maneja datos ínfimos e irrisorios y su búsqueda parece ingenua y banal, porque es un proceso extraño, naif y desprovisto de información. Incluso es un mecanismo irritante, porque se trata de un documental, pero el protagonista de Bolivia sabe poco y nada, y su nivel de conocimiento, por lo tanto, es el normal entre los chilenos.
Lo que tiene es un atado de antiguos papeles que lleva desde la Biblioteca Nacional de Santiago, donde le confirman que en el comienzo de los Cusicanqui está Tupac Yupanqui y la nobleza inca.
Lo otro son los cuentos y recuerdos de Manuel Hernán Cusicanqui, su abuelo boliviano.
Y el tercer motivo está en su piel, pelo y ojos claros y, sin embargo, podría ser un príncipe inca y con el viaje pretende descubrir sus raíces.
En la travesía se topa con el dueño de un piño de llamas, donde hay dos animales por morir: una hembra y su cría. También con mujeres que fabrican arpilleras y sacan los colores de la tierra o de los frutos. En un pueblo de fiesta los Cusicanqui de Bolivia, un apellido extendido y popular, y sus tíos, primos o sobrinos lo saludan con ritmo y cerveza, primero con música andina y después con una canción de finales de los 70: "Grease".
Y así por caseríos de piedra, a bordo de una lancha por el Titicaca, pisa los salares y finalmente arriba a Calacoto y da con la casa de su abuelo.
La directora registra el viaje con minucia y a medida que transcurre surge una primera pregunta inevitable: ¿cuáles son los méritos de un explorador precario y sin conocimiento histórico? Y una segunda relacionada: ¿cuál es el valor del documental: solo filmar la curiosidad personal de alguien que no sabe de libros ni de historia?
La película mantiene en el misterio las respuestas, tarda demasiado en responder, sufre el desequilibrio y probablemente la incomprensión, porque recién en la conclusión revela su sentido.
Felipe Cusicanqui es turista inexperto, mal periodista e historiador ineficiente, porque su búsqueda y méritos van por otros derroteros.
Más de una vez palpa una piedra, contempla lo azul del cielo y siempre recoge platos o teteras metálicas rotas y abandonadas. Y las golpea, aplana, transforma y casi deshace.
El documental revela su propósito: capturar un proceso creativo, muchas veces invisible, y una manera distinta de captar la realidad. Y así recrearla, darle vida y a lo mejor entenderla.
Va en busca de figuras, colores y formas.
Fue un viaje estético, antes que un viaje ético o memorístico.
Es algo que finalmente se convertirá en pintura, instalación o serie.
Felipe Cusicanqui, antes que un príncipe inca, es lo que es: un artista.
Esa es la conclusión.
Chile, 2016. Dirección y guión: Ana María Hurtado.
Con Felipe Cusicanqui, Alberto Carrasco.
82 minutos.