Desde el 2011 comenzó un ataque sistemático al llamado modelo neoliberal, pero no se crea que fue solo una forma de desestabilizar al gobierno de entonces. Se trató de un discurso elaborado entre académicos y políticos con el objeto de propiciar un movimiento de izquierda con alto compromiso estatal. Discurso que debía descender a la calle. Y fueron años que se gritó contra el lucro, la desigualdad, la injusticia social, contra los capitalistas. No hay que ser ingenuos, la historia enseña que estas acciones no surgen desde el pueblo por generación espontánea. Esto es parte de la estratagema y la dirigencia tiene que decir: "son las demandas sociales".
Leí lo mismo en el programa de la izquierda ortodoxa (2012, consúltese), que se extendió entre otras agrupaciones del sector, sorprendiendo que también fuera asumido por aquellas de perfil moderado. Se entiende, todos tenían la vista fija en las próximas elecciones presidenciales y la calle era fundamental. Se tradujo en programa de gobierno.
La condena finalmente estuvo dirigida a los empresarios. Ellos eran causantes de los males que se vociferaban. La denuncia continuó alimentándose y no cesará, porque responde a intereses ideológicos. Hace poco el diputado Boric denunció que la élite política convive con el empresariado, incluyendo, en este sentido, a personalidades de la Nueva Mayoría como responsables del malestar.
Empeñarse en denigrar a los empresarios, disparando a la bandada, más que afectarles a ellos, hace un daño cultural a la población, porque provoca resentimiento, estigmatiza a actores de la economía que cumplen una función vital para la productividad y el progreso nacional. Se crea un estereotipo que asocia la palabra empresario a abuso, corrupción, explotación, injusticia, etc. Y por extensión recae en el sector privado. Claro que han existido conductas empresariales impropias, pero han sido sancionadas, y no es lo corriente.
El típico empresario no nace rico. Es básicamente quien concibe una idea y realiza un acto de voluntad para producir riqueza en sentido amplio, no solo personal. Reúne recursos financieros y humanos, ofrece empleo, ejecuta el proyecto probando fórmulas productivas, innovando y por bastante tiempo moviéndose en la cuerda floja del riesgo. Es portador de una racionalidad o mentalidad emprendedora. Mentalidad, porque no siempre actúan en forma lógica, analítica, sino por intuición o percepción. La mayoría comienza desde abajo, los mueve su espíritu de empresa y afán de lucro. Y este afán no tiene nada de satánico. Es la aspiración natural, humana, de lograr metódica, laboriosa y éticamente la mejor rentabilidad. Lo único que debiéramos demandarles es un trato salarial justo para sus trabajadores, que no es el "mínimo".
El Estado siempre estará lejos de igualar el sustantivo aporte del sector privado; consecuentemente, es una fortaleza tener un empresariado dinámico, toda vez que representa un salto cualitativo, histórico en Chile. Porque durante el siglo XIX hubo empresarios pujantes en la actividad minera, fabril, bancaria o transporte y más, impulsando el progreso en varias direcciones, pero fueron mayoritariamente extranjeros. La clase dirigente permaneció atada a conductas económicas tradicionales. Corriendo el siglo XX se impuso el modelo de "Estado empresario", que favoreció una asociación público-privada que perduró hasta la década del '70 y tuvo éxitos productivos sectoriales, pero estuvo lejos de propiciar entre los actores el carácter empresarial, autónomo, del Estado.
Nada me vincula al sector en cuestión. Solo quiero destacar que el logro más trascendente del paradigma neoliberal fue haber contribuido a desarrollar en el país la racionalidad y mentalidad empresarial, permitiendo que hoy existan grandes, medianos, pequeños empresarios: "señoras juanitas" que han llegado incluso a exportar sus productos, y miles de jóvenes dispuestos a emprender.