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Cartas
Sábado 03 de septiembre de 2016
Filosofía en peligro: educación en peligro
Señor Director:
A nadie le puede sorprender que a la política le incomode la filosofía. La historia de la disciplina nace con la condena a muerte de su fundador, Sócrates, decretada por las autoridades atenienses. ¿El deseo de erradicar la filosofía como asignatura específica y diferenciada de los planes de tercero y cuarto medio se debe a esta inveterada animadversión? Creo que no. Me da la sensación de que esta transformación responde a una motivación distinta, de alguna manera más perversa, en la medida que se trata de una agresión inconsciente y que, en potencia, afecta a cualquier disciplina, independientemente de su valor humanista, su necesidad social y su seguridad epistemológica.
Por este motivo, el rechazo de los filósofos -de izquierda, derecha y centro- al plan ministerial no debe entenderse como una queja gremial. Hoy será la filosofía, mañana la historia y después las matemáticas y la lengua castellana. El problema reside en la lógica con que la política entiende la pedagogía. A esta comprensión la afecta un constante ánimo reformulador. En la busca de la perfección, la pedagogía concibe que todos los problemas y las carencias de la educación residen en que el programa educativo consta de determinadas imperfecciones. Desconociendo que todo plan es una decisión y que, por lo tanto, es imperfecto, la busca del plan perfecto no tiene empacho en destrozar todo lo que se haya hecho, sea positivo o negativo.
Frente a las imposiciones de la ciencia pedagógica -auxiliada siempre por políticos que quieren dejar su huella-, los profesores tarde o temprano inclinarán la cabeza, aun cuando saben que se perderán los contenidos y tradiciones educativas que contribuían a la instrucción del alumno, incluso si se incluían en un plan imperfecto. La lógica del programa perfecto convive con otra lógica: la de desconocer los planes anteriores. De esta manera, el plan perfecto ni siquiera es unitario, sino que cada político, cada administración lo transforma cada cuatro años, erosionando paulatinamente el proceso educativo, salvo en aquellos casos en que no se tomen demasiado en serio estas recurrentes transformaciones ministeriales.
Miguel Saralegui
Profesor de Filosofía Política
Universidad Diego Portales