La destitución de Dilma no merece lamento ni celebración, es tragedia y alivio. Tragedia, por la caída libre en que deja a Brasil. Alivio, porque su incompetencia, trampas y populismo no lo seguirán hundiendo.
Dilma presidió por seis años la séptima economía del mundo. Deja a Brasil en noveno lugar y en decadencia: Italia y Rusia lo superan ahora. Lo recibió creciendo al 7,5% en 2010 y lo destruyó con una caída del producto de -3,5% el 2015, con inflación, desempleo y déficit fiscal insostenibles.
Dirigió el mayor partido político del continente, el más rico de Sudamérica y el más numeroso de las democracias, el Partido de los Trabajadores (PT). Presidió la más grande empresa de Sudamérica, Petrobras. Brasil, Petrobras y el PT están sumidos en la corrupción y en un populismo que se pretendió extender a toda la región. Hasta Chile llegaron esos oscuros tentáculos. Así lo cree la justicia chilena, que investiga en Brasil los financiamientos y la campaña aérea de un candidato presidencial. Quizás cuántos más están comprometidos con esos fondos. Sospechoso es el lamento que ha provocado la destitución de Dilma en muchos parlamentarios y gobiernos de la región.
Dilma debió haber combatido la falta de transparencia y la corrupción de su entorno. No hizo ni lo uno ni lo otro. Por el contrario, nombró a Lula da Silva jefe de su gabinete para protegerlo e impedir que fuera investigado por corrupto. Transgrediendo la Constitución, situándose con arrogancia por encima de la ley, usó el sistema bancario estatal para ocultar el déficit fiscal y financiar programas que servían a fines electorales. Antes manipuló los precios y las tasas de interés.
La izquierda, en vez de condenar la salida de Rousseff, debería distanciarse del fracaso. Su principal referente internacional, el PT, con razón ha perdido el poder: por el vértigo populista dejó de lado la probidad, el crecimiento y el correcto manejo de las finanzas públicas. Así se destruyeron las legítimas oportunidades de bienestar de más de doscientos millones de brasileños.
Se entiende que el gobierno, por relaciones personales, insista en declarar la amistad con Dilma, pero no hay evidencia de que distinguiera a Chile durante su gestión. Al igual que su predecesor, no practicó una política de Estado, sino la acción partidista de Marco Aurelio García, ex presidente del PT.
Hay que tener confianza en la capacidad de Brasil para sortear sus crisis y optimismo en las relaciones con Chile. El Presidente Temer está comprometido con una diplomacia en beneficio de los intereses nacionales y podría repetir los logros de Fernando Henrique Cardoso que, luego de la destitución de Collor de Mello, inició un largo período de crecimiento que Dilma termina por destruir.