Chile es favorito. Es el bicampeón de América. La selección es hoy por hoy más y mejor que Paraguay individual y colectivamente. Asunción hace rato que dejó de ser un reducto infranqueable. Los guaraníes están en un período de renovación de por lo menos medio equipo. Su nuevo entrenador no ha tenido más de dos semanas efectivas de trabajo con el plantel. No han jugado ni siquiera un partido amistoso oficial... Y, pese a todo este favorable escenario, si la Roja vuelve del Defensores del Chaco con un empate no será un mal resultado.
Paraguay será siempre un rival calificado cada vez que juegue en su terruño, aunque la neofanaticada chilena vocifere que ya debería ser hora que las generaciones que crecimos acostumbradas al arropamiento defensivo fuera de casa cambiemos de mentalidad y nos adaptemos a los nuevos tiempos. El entusiasmo que se ha propagado para este enfrentamiento en Asunción entre las recientes camadas de hinchas no tiene un correlato lógico con la historia futbolística del seleccionado chileno, que durante décadas vivió limosneando puntos jugando fuera de casa para tratar de ganar ajustadamente de local.
Claro que es fácil contagiarse con las declaraciones de Arturo Vidal, el más fiel representante de la ilusión nacional de ser campeones del mundo y pasarles por encima a todos los rivales. Vidal ha demostrado en la cancha, y fuera de ella también, no tener límites. Pero contrariamente a su arrojo verbal y físico, son estas las instancias donde la supuesta, teórica o eventual superioridad debe trasuntarse en sensatez y respeto por el oponente. Si el plantel nacional y sus principales figuras no aprenden a manejar la reputación que con todos los méritos se han ganado en la cancha jugando por la selección, se corre el serio riesgo de que el prestigio se termine convirtiendo en un estigma.
Paraguay es hoy para Chile un rival más que complejo: no tiene mucho, quizás nada que perder, y todo lo que pueda sumar será ganancia pura y dura. Si este "depreciado" equipo de transición generacional, un ítem que debería ponernos bastante envidiosos, logra cuajar el espíritu combativo tan característico del fútbol guaraní, sin confundirlo con la violencia descontrolada, y se sacude rápidamente de la presión por vestir la camiseta albirroja ante su público, le adelanto una noche muy incómoda para la pretensión de victoria nacional, sin espacio alguno para el despliegue y transición de la zona de volantes, tan clave para el desarrollo táctico de Pizzi y esencial para mantener vivo el desbordante entusiasmo que provoca el éxito entre tantos afiebrados hinchas.