Señor Director:

Me formé en una universidad estatal, fui rector de esa misma universidad, propicié desde 1990 una atención preferente del Estado por sus universidades, enseño todavía en una universidad estatal, pero empiezo a creer que este tipo de universidades, al menos en Chile, no tiene remedio.

Despreciadas por los que ante la palabra "estatal" huyen a perderse (salvo cuando se encuentran en problemas o se trata de distribuir recursos públicos), el régimen militar fraccionó a las dos que teníamos en 16, y no precisamente inspirado por la regionalización, sino por razones de seguridad nacional. Las universidades estatales tampoco fueron dignas de atención para ninguno de los cinco gobiernos anteriores a este. Y cuando el actual presenta un proyecto de educación superior, los primeros que saltan son los rectores de las estatales que quieren el dinero del Estado, pero no una justa y necesaria presencia de este en sus órganos directivos colegiados, apelando para ello a su autonomía, la misma que hace pocos años llevó a algunas universidades del Estado al borde de la ruina por mala gestión interna y planes irracionales de expansión.

El acabose es que, creadas recientemente dos nuevas universidades del Estado, en una se haya producido una crisis antes de funcionar (la de Aysén), mientras la otra (de O'Higgins) se apresta a iniciar actividades arrendando salas de clases a los colegios de la zona.

¿No deberían el Gobierno, los partidos, los parlamentarios, e incluso los directivos y comunidades académicas y estudiantiles de las universidades estatales, preguntarse tan sincera y responsablemente como puedan cuánto interesan hoy esas universidades y qué están dispuestos a hacer realmente por ellas los poderes del Estado y en ellas, sus directivos y comunidades internas?

Agustín Squella